El tema de la violencia sigue estando presente como una prioridad para la ciudadanía. La criminalidad se ha incrementado notablemente en los últimos años y diversos sectores de la población han expresado su frustración por el clima de violencia generalizada que se vive actualmente y la inoperante acción de las fuerzas de seguridad. La fuga de reos de alta peligrosidad es la parte culminante de la problemática persistente del sistema penitenciario que mina por completo la credibilidad de las autoridades responsables. A esto hay que agregar los constantes asesinatos a lo largo de la geografía nacional, fenómeno que ya se presenta como un hecho recurrente sin control por parte de quienes muestran una incapacidad insultante en todos los órdenes de gobierno.
Para entender este fenómeno, es necesario tener presente que la violencia ha estado latente en la historia del país. Desde esa perspectiva, el incremento de la criminalidad está relacionado con la incapacidad de nuestros gobernantes, y la inexistencia de acuerdos y políticas públicas que le den certidumbre a la república, así como la frágil institucionalidad jurídica existente, lo cuál se conjuga con la mala administración de los recursos y la injusta distribución de la riqueza nacional.
La criminalidad se manifiesta en dos vertientes muy importantes; la primera suele llamarse violencia común que tiene muchas manifestaciones concretas y que se sufre cotidianamente en diversas formas; la segunda vertiente, más peligrosa por el poder que asumen las organizaciones ejecutoras, tiene que ver con el florecimiento del crimen organizado vinculado principalmente con estructuras del narcotráfico y las mafias nacionales e internacionales solapadas desde los más altos niveles de gobierno.
La violencia vivida en marzo de 1994 se asoma de nuevo; y se percibe a flor de piel sin que nadie haga lo necesario por evitarla, y me refiero a la violencia estructural, que tendrá repercusiones políticas muy importantes y que está relacionada con los grupos de poder. Hoy en día los acontecimientos y la espiral de odios se confabulan para seguir manteniendo a una nación sometida y humillada. La lucha por el poder, a poco más de un año de las elecciones presidenciales, nos trae a la memoria recuerdos que se agolpan en la conciencia e inevitablemente nos obligan a reflexionar en aras de contribuir a desactivar todo intento desestabilizador que ponga en riesgo las ya de por sí deterioradas instituciones nacionales .
Los grupos de poder encabezados en su mayoría por mercaderes de la voluntad popular, afinan de nuevo sus estrategias en pos de retener o recuperar el poder para seguir alimentando sus irracionales ambiciones a costa de un país de mujeres y hombres generosos, un país que se resigna a enfrentarse por razones ajenas a su naturaleza y esencia.
México no se merece lo que ve, lo que respira, lo que siente y lo que percibe; los mexicanos reclamamos y exigimos solamente lo que nos corresponde, los mexicanos solo queremos y anhelamos un país de instituciones fuertes donde se respete el derecho a vivir en armonía; simplemente a vivir.
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