Por Nizaleb Corzo Z.
Si uno llegara a ignorar la luz roja del semáforo en la colonial ciudad de Lagos de Moreno, en Jalisco, lo más probable es que en cuestión de segundos sea detenido por uno de los pocos agentes del departamento de tránsito municipal. Lo peculiar de esta detención no es la efectividad con la que será detenido –es difícil escapar de un pueblo tan chiquito como Lagos-, sino que se sentirá parte del escenario de una película de Clint Eastwood o de Chuck Norris. La policía laguense utiliza patrullas que sirvieron a las fuerzas policiales texanas, las cuales fueron donadas por los paisanos que hace años dejaron su casa para cruzar el Río Bravo en busca de mejores oportunidades en el vecino país del norte. Lo mismo ocurre con la estación de bomberos y algunas clínicas que dan servicio público.
El pasado mes de abril se dio a conocer un dato estridente. Por concepto de remesas se recibieron en México, en 2004, alrededor de 17 mil millones de dólares, cerca de la mitad de las que llegan a Latinoamérica y el Caribe, ubicándonos en el segundo país receptor a nivel mundial, después de la India. Así, la cantidad de dólares que los mexicanos enviaron para el sostenimiento de sus familias, creció 190 por ciento los últimos cinco años, convirtiéndose en el soporte económico de un millón 600 mil hogares, distribuidos a todo lo largo de la República.
Para dimensionar las cifras, este ingreso equivale a 195 mil 500 millones de pesos; la inversión en exploración en Petróleos Mexicanos, detonante de la actividad petrolera, fue el año pasado de tan sólo 110 mil millones de pesos.
Los recursos enviados por los trabajadores fuera de la frontera se convirtieron en la mayor fuente de dinero para el desarrollo, superando ampliamente los préstamos bancarios desde los países industrializados, la inversión directa o de portafolio y la colocación de bonos en los mercados accionarios.
Hace unos días, en su participación en la Cumbre Hemisferia 2005, el embajador Tony Garza aprovechó los recientes informes del Instituto Mexicano de Competitividad y del Fondo Monetario Internacional, que ubican a México como la décima economía más grande del mundo –después de haber estado ubicada en el lugar número 9 el año pasado- y que de 60 naciones nuestro país ocupa el lugar 56, para señalar que "el mensaje básico de estos informes es claro: o hay reformas o se queda atrás". Mencionó también que "es obvio que se requiere de arduo trabajo, pero imagínense lo que sería la economía de México si hubiera una mejor cooperación a lo largo del espectro político con el fin de asegurar el futuro del país”.
Bajo los planteamientos de la doctrina Estrada de la libre determinación de los pueblos para “aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades”, política tan desdeñada por los encargados de la política exterior de nuestro país en la actual administración, el argumento del embajador es inaceptable. No obstante, si hacemos a un lado los convencionalismos, podríamos aceptar que su observación pegó en el ánimo de la política nacional. Sobre todo si volteamos a ejemplos como los de Lagos de Moreno y muchas otras comunidades que sin las remesas y el apoyo que envían sus familiares en el “otro lado” no saldrían adelante. ¿Qué programa gubernamental sería necesario implantar para atender a todos esos trabajadores y sus familias, si no se hubieran ido?
La búsqueda de un acuerdo migratorio como lo ha planteado el gobierno federal es sólo la mitad de la película. Con ello se aliviaría la presión bajo la cual se encuentran nuestros paisanos migrantes, mejorarían sus condiciones de trabajo en Estados Unidos y tendrían accesos a los servicios de salud y educación que el estado americano ofrece. Pero no sólo eso es importante, la otra parte es responsabilidad directa del gobierno mexicano. El problema original se generó en México y la solución no se concreta con un acuerdo migratorio. La migración en México obedece a la falta de oportunidades de los más necesitados. Porque no es un problema de voluntades. Los que se van sí quieren y pueden trabajar.
¿Será en realidad que nuestros vecinos están reacios a pactar un acuerdo migratorio, sólo porque los granjeros de la frontera sur estadounidense se sienten amenazados?¿Qué haría el gobierno mexicano si de pronto hordadas de centroamericanos cruzaran nuestra frontera para ocupar puestos de trabajo en México? ¿Acaso el fenómeno de la Mara Salvatrucha no se ha vuelto también un tema de seguridad nacional para el gobierno federal?
Lo que mencionó el embajador Garza es un asunto digno de estudio. El país debe reestructurar sus fuentes de ingreso. El riesgo que se corre actualmente aún no es evidente. De mantenerse el ritmo de explotación y exportación de crudo, los cálculos nacionales aseguran reservas para los próximos 11 ó 12 años. Está comprobado que segundas y terceras generaciones de migrantes dejan de enviar dinero a sus familias. Es necesario entonces canalizar los principales ingresos del país para financiar proyectos alternativos que generen un nuevo orden económico nacional en el mediano plazo. Para ello, el gobierno, el aparato legislativo y la sociedad en general debemos buscar un nuevo acuerdo nacional que apueste al desarrollo, como ocurrió en España hace más de 20 años. La apuesta no es sencilla, se requiere de voluntad política y social, pero las señales de resultados factibles podría ser la base para la concertación de ese acuerdo.
Si seguimos esperando que los grandes convenios internacionales cambien de manera mágica las condiciones económicas de nuestro país, en un futuro seguramente nos percatemos que la patrulla de tránsito que nos detiene no es mexicana y quizá nosotros tampoco.
El autor es financiero; actualmente trabaja en aspectos sociales de Petróleos Mexicanos y estudia la maestría en Políticas Públicas del Tecnológico de Monterrey , Campus Ciudad de México. Comentarios: ncorzozepeda@yahoo.com.mx
El pasado mes de abril se dio a conocer un dato estridente. Por concepto de remesas se recibieron en México, en 2004, alrededor de 17 mil millones de dólares, cerca de la mitad de las que llegan a Latinoamérica y el Caribe, ubicándonos en el segundo país receptor a nivel mundial, después de la India. Así, la cantidad de dólares que los mexicanos enviaron para el sostenimiento de sus familias, creció 190 por ciento los últimos cinco años, convirtiéndose en el soporte económico de un millón 600 mil hogares, distribuidos a todo lo largo de la República.
Para dimensionar las cifras, este ingreso equivale a 195 mil 500 millones de pesos; la inversión en exploración en Petróleos Mexicanos, detonante de la actividad petrolera, fue el año pasado de tan sólo 110 mil millones de pesos.
Los recursos enviados por los trabajadores fuera de la frontera se convirtieron en la mayor fuente de dinero para el desarrollo, superando ampliamente los préstamos bancarios desde los países industrializados, la inversión directa o de portafolio y la colocación de bonos en los mercados accionarios.
Hace unos días, en su participación en la Cumbre Hemisferia 2005, el embajador Tony Garza aprovechó los recientes informes del Instituto Mexicano de Competitividad y del Fondo Monetario Internacional, que ubican a México como la décima economía más grande del mundo –después de haber estado ubicada en el lugar número 9 el año pasado- y que de 60 naciones nuestro país ocupa el lugar 56, para señalar que "el mensaje básico de estos informes es claro: o hay reformas o se queda atrás". Mencionó también que "es obvio que se requiere de arduo trabajo, pero imagínense lo que sería la economía de México si hubiera una mejor cooperación a lo largo del espectro político con el fin de asegurar el futuro del país”.
Bajo los planteamientos de la doctrina Estrada de la libre determinación de los pueblos para “aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades”, política tan desdeñada por los encargados de la política exterior de nuestro país en la actual administración, el argumento del embajador es inaceptable. No obstante, si hacemos a un lado los convencionalismos, podríamos aceptar que su observación pegó en el ánimo de la política nacional. Sobre todo si volteamos a ejemplos como los de Lagos de Moreno y muchas otras comunidades que sin las remesas y el apoyo que envían sus familiares en el “otro lado” no saldrían adelante. ¿Qué programa gubernamental sería necesario implantar para atender a todos esos trabajadores y sus familias, si no se hubieran ido?
La búsqueda de un acuerdo migratorio como lo ha planteado el gobierno federal es sólo la mitad de la película. Con ello se aliviaría la presión bajo la cual se encuentran nuestros paisanos migrantes, mejorarían sus condiciones de trabajo en Estados Unidos y tendrían accesos a los servicios de salud y educación que el estado americano ofrece. Pero no sólo eso es importante, la otra parte es responsabilidad directa del gobierno mexicano. El problema original se generó en México y la solución no se concreta con un acuerdo migratorio. La migración en México obedece a la falta de oportunidades de los más necesitados. Porque no es un problema de voluntades. Los que se van sí quieren y pueden trabajar.
¿Será en realidad que nuestros vecinos están reacios a pactar un acuerdo migratorio, sólo porque los granjeros de la frontera sur estadounidense se sienten amenazados?¿Qué haría el gobierno mexicano si de pronto hordadas de centroamericanos cruzaran nuestra frontera para ocupar puestos de trabajo en México? ¿Acaso el fenómeno de la Mara Salvatrucha no se ha vuelto también un tema de seguridad nacional para el gobierno federal?
Lo que mencionó el embajador Garza es un asunto digno de estudio. El país debe reestructurar sus fuentes de ingreso. El riesgo que se corre actualmente aún no es evidente. De mantenerse el ritmo de explotación y exportación de crudo, los cálculos nacionales aseguran reservas para los próximos 11 ó 12 años. Está comprobado que segundas y terceras generaciones de migrantes dejan de enviar dinero a sus familias. Es necesario entonces canalizar los principales ingresos del país para financiar proyectos alternativos que generen un nuevo orden económico nacional en el mediano plazo. Para ello, el gobierno, el aparato legislativo y la sociedad en general debemos buscar un nuevo acuerdo nacional que apueste al desarrollo, como ocurrió en España hace más de 20 años. La apuesta no es sencilla, se requiere de voluntad política y social, pero las señales de resultados factibles podría ser la base para la concertación de ese acuerdo.
Si seguimos esperando que los grandes convenios internacionales cambien de manera mágica las condiciones económicas de nuestro país, en un futuro seguramente nos percatemos que la patrulla de tránsito que nos detiene no es mexicana y quizá nosotros tampoco.
El autor es financiero; actualmente trabaja en aspectos sociales de Petróleos Mexicanos y estudia la maestría en Políticas Públicas del Tecnológico de Monterrey , Campus Ciudad de México. Comentarios: ncorzozepeda@yahoo.com.mx
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