Por Diana Páez Guajardo.
Mexicanos en los Estados Unidos. La persecución de un sueño, la sustitución de otro, una jugarreta del destino, una oportunidad, un compromiso, un engaño, una desilusión. Un motivo así nos trajo aquí, un motivo así nos hace quedar. La lejanía de los orígenes parece atizar el fuego de nuestra mexicanidad. Parece intensificarla y nos permite reconocernos mutuamente en cualquier calle, en cualquier sitio.
La persecución de un sueño: Aeropuerto de Charlotte, Carolina del Norte, en la fila para abordar el avión hacia la Ciudad de México noto que los pasajeros delante de mí – sombrero y botas bien puestos – revolotean mirándose unos a otros cuando la encargada les pide una “aidi”. No reaccionan y entonces ella también revolotea preguntando si hay alguien ahí que pueda traducir. Me acerco y traduzco para todos. Ninguno de ellos tiene pasaporte, los más sofisticados exhiben orgullosos su credencial de elector, el resto un acta de nacimiento apenas legible malgastada por el tiempo y la cartera. Después de registrarse y registrarme converso con un par de ellos durante un rato. El más parlanchín me cuenta orgulloso que ha pasado la frontera “cuatro veces ya, eh? y por el meritito desierto” tardándose lo menos 8 días, lo más 12. “A la buena de Dios, de purito milagro”. Viene de Hidalgo y hace seis años que se convirtió en mexicano errante. Entra cruzando el desierto, de puntillas, en silencio; sale tomando el avión, desplegando orgulloso su “aidi”. Y persevera. ¿Y si lo pescan? “Nunca me han pescado, pero si pasa, pues ya qué, no hay que resistirse, me devuelvo y lo vuelvo a intentar…”
Supongo que es uno de los suertudos. Los otros ya no pueden contar sus historias. A veces me pregunto, ¿cuánto tiempo, cuánto bienestar hace falta en México para revertir – o al menos detener – esta tendencia? ¿Será en verdad posible lograrlo algún día? Migración indocumentada, migración indígena. Gusto o necesidad, craso error o sabia decisión, mágica solución o simple sed de aventura. Historias tristes y otras un poco menos. ¿Cómo termina la letanía? ¿Termina?
Y para el emigrante, dos mundos radicalmente distintos que se sobreponen, sin jamás integrarse del todo, un poquito de uno, un poquito del otro. Con un poco de suerte se puede tomar lo mejor de ambos y dejar afuera la miseria y el desamparo, quizás un día hasta pretender que en la partida se conquistan nuevas tierras y se viven aventuras – no se sufren nunca más. Y hacer entonces de esos larguísimos, interminables paseos por el desierto, una forma de vida, un incierto recorrido que se repite hasta el cansancio…arriesgando cada vez el escueto presente, el impredecible futuro y quizás hasta la vida misma por la supervivencia, así, “a la buena de Dios”.
La persecución de un sueño: Aeropuerto de Charlotte, Carolina del Norte, en la fila para abordar el avión hacia la Ciudad de México noto que los pasajeros delante de mí – sombrero y botas bien puestos – revolotean mirándose unos a otros cuando la encargada les pide una “aidi”. No reaccionan y entonces ella también revolotea preguntando si hay alguien ahí que pueda traducir. Me acerco y traduzco para todos. Ninguno de ellos tiene pasaporte, los más sofisticados exhiben orgullosos su credencial de elector, el resto un acta de nacimiento apenas legible malgastada por el tiempo y la cartera. Después de registrarse y registrarme converso con un par de ellos durante un rato. El más parlanchín me cuenta orgulloso que ha pasado la frontera “cuatro veces ya, eh? y por el meritito desierto” tardándose lo menos 8 días, lo más 12. “A la buena de Dios, de purito milagro”. Viene de Hidalgo y hace seis años que se convirtió en mexicano errante. Entra cruzando el desierto, de puntillas, en silencio; sale tomando el avión, desplegando orgulloso su “aidi”. Y persevera. ¿Y si lo pescan? “Nunca me han pescado, pero si pasa, pues ya qué, no hay que resistirse, me devuelvo y lo vuelvo a intentar…”
Supongo que es uno de los suertudos. Los otros ya no pueden contar sus historias. A veces me pregunto, ¿cuánto tiempo, cuánto bienestar hace falta en México para revertir – o al menos detener – esta tendencia? ¿Será en verdad posible lograrlo algún día? Migración indocumentada, migración indígena. Gusto o necesidad, craso error o sabia decisión, mágica solución o simple sed de aventura. Historias tristes y otras un poco menos. ¿Cómo termina la letanía? ¿Termina?
Y para el emigrante, dos mundos radicalmente distintos que se sobreponen, sin jamás integrarse del todo, un poquito de uno, un poquito del otro. Con un poco de suerte se puede tomar lo mejor de ambos y dejar afuera la miseria y el desamparo, quizás un día hasta pretender que en la partida se conquistan nuevas tierras y se viven aventuras – no se sufren nunca más. Y hacer entonces de esos larguísimos, interminables paseos por el desierto, una forma de vida, un incierto recorrido que se repite hasta el cansancio…arriesgando cada vez el escueto presente, el impredecible futuro y quizás hasta la vida misma por la supervivencia, así, “a la buena de Dios”.
La autora posee un Master en Prospectiva Internacional por la Universidad de París y actualmente trabaja en la Embajada de México en Estados Unidos. Comentarios: paezguajardo@gmail.com
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