Escrito publicado en Facebook por Tadeo Hernández K.
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Un amplio sector de la población mexicana vive bajo el constante temor a la narcoviolencia. Esto no surgió de la nada. Hace -al menos- tres años que vivimos una encarnizada lucha entre los cárteles de la droga aderezada por una campaña militar en la que el gobierno parece destinado al fracaso. El pueblo, que sufre una paranoia sin precedentes en el pasado cercano, ha perdido la paz mental y no son pocas las ciudades del país que han visto restringidas sus libertades y afectado su dinamismo económico. A simple vista aparecemos como víctima, pero es importante señalar que la situación que hoy nos aqueja es en gran parte nuestra responsabilidad; a la par del gobierno, el ejército, la prensa y los narcotraficantes mismos.
Durante años, callamos. Mientras nuestro círculo inmediato de confianza no se vio afectado, callamos. La sociedad (urbana principalmente) encontró en la indiferencia su mejor respuesta a la violencia que durante décadas nos ha caracterizado. No sólo guardamos silencio sino que solapamos infinidad de prácticas ilícitas a conveniencia de intereses personales, sociales, profesionales y demás. En este país estamos acostumbrados a frases acomodaticias y justificadoras de conceptos, usos y costumbres equivocados moral y legalmente.
El narcotráfico ha sido nuestra mayor omisión. En la década de los 90 (y todavía en ésta) recuerdo muchas veces haber escuchado disculpas a este delito con el argumento de que éramos solamente “un país de tránsito”. Mientras nos convencíamos de que eran –diabólicos- productores sudamericanos usándonos para satisfacer a -los no menos infernales- consumidores norteamericanos el consumo de drogas en México creció hasta convertirse en un problema de seguridad nacional. Autodenominarnos el “trampolín de la droga” nos eximía como comunidad de la responsabilidad de que los estupefacientes pasaran por nuestro territorio; con todo los riesgos que esto implica. “Es culpa de los ‘gringos’ ” se decía con complaciente frecuencia.
Así mismo, no fueron pocas las ocasiones en que logramos rápido convencimiento al decir o escuchar: “es marihuana, no pasa nada”. La voz popular y la de algunos especialistas en salud no miente: hay sustancias legales más dañinas al cuerpo humano que la Cannabis en el efecto inmediato y el de largos años de consumo (el alcohol y el tabaco para no ir muy lejos). Conforme nos inclinábamos a creer esto, lo controlable que era ese pequeño gran placer no legalizado, el contexto social y de seguridad pública en México cambió de forma radical. Hoy existen millones de consumidores domésticos y armas en el país, cientos de miles de sicarios y narcomenudistas y un nuevo enfoque gubernamental en la manera de combatir al narcotráfico. El mes pasado se dio a conocer una cifra oficial que a muchos no deja conformes y les parece conservadora: 22,743 muertes violentas relacionadas al tráfico de drogas en lo que va del sexenio. De éstas, un 65% estarían relacionadas a la marihuana. Quizá sea cierto, antes no pasaba nada, pero en estricto apego al marco legal todavía vigente es innegable que se solapó la cultura del consumo con la displicente idea de que todo estaba y se mantendría bajo control.
Obligado moral y socialmente por acontecimientos cada vez más terroríficos, la población comienza a manifestarse con mayor frecuencia y energía contra la ineptitud de las autoridades en el combate a la delincuencia organizada. Tras décadas de silencio y aceptación pasiva, se construye una voz, incipiente aún, de rechazo a la narco cultura y los aspectos negativos que la rodean e influyen en nuestra comunidad consciente y subconscientemente.
Sin embargo, si la memoria no me traiciona, resulta imposible no recordar las tantas y tantas veces que escuchamos referencias adulatorias a tal o cual pueblo de la sierra sinaloense en el que “no hay pobres” y las fachadas de las casas “están siempre bien pintadas”. Todo gracias a la patrocinadora mano de traficantes locales. Así mismo, son incontables las ocasiones que hemos visto en páginas de sociales a personalidades que más allá de ser hombres y mujeres de familia, filántropos empedernidos, y muchas cualidades más, se sabe son partícipes de la legitimación del dinero mal habido. Me refiero a los narcofinancieros o, menos rimbombante, lavadores de dinero. Nuestra pobre cultura cívica no nos permite otra cosa que cotillear el tema y seguir adelante con nuestras vidas.
No sólo ha resultado fácil la aceptación de valores negativos al matizarlos como normales o permisibles. Aunado a esto, a los valores positivos hemosles colocado el beneficio de la duda en un punto muy alto. Es por ello que ante muchas fortunas bien habidas y cualquier muerte violenta automáticamente pensamos mal. Amantes de juicios ligeros, faltos de pruebas y análisis, somos una sociedad que encuentra pronta conclusión a muchas de sus dudas y cuestionamientos con pobres opiniones como “seguro anda ‘chueco’” o “a nadie lo matan por su linda cara”. Es así como infundadamente nos decimos que “no se puede”; que si las cosas están mal y todos somos parte, seguramente así es como tiene que ser. Y desde esa perspectiva, es imposible pensar en un cambio positivo. Es evidente que nuestra pobre autoestima colectiva no permite a los individuos actuar libremente. Nos cuesta trabajo creer que nuestra acción puede tener eco a una mayor escala, cuando esa es la única opción viable dado el infortunado contexto actual.
Más allá de agradarnos o no, la realidad nos indica claramente que la droga sigue en estado de ilegalidad y que la elección del gobierno para combatirla es la lucha armada. Es precisamente esto lo que debería preocuparnos más y hacernos reconsiderar nuestro accionar social. Ante el aumento sostenido del consumo de drogas y crecimiento exponencial del tráfico de armas hacia México, condiciones irreversibles en el corto plazo, la cifra de muertes violentas mencionada renglones arriba corre el riesgo de sonar irrisoria en unos años más. Seguir en la paralítica espera de que la situación cambie sin nuestra aportación no es sino mantener vigente el engaño que tanto se nos acomoda.
Podrá parecer iluso, hasta romántico para algunos, pero como sociedad hay mucho que se puede hacer para contrarrestar los males que nosotros mismos dejamos crecer. Desde sacudirnos la indolencia ante la muerte violenta en la comunidad y extirparnos la morbosa oda a la sangre que se expande en nuestra conciencia, hasta tener la voluntad de realizar una denuncia telefónica anónima (más sencillo no nos lo pueden poner). Son los pequeños actos individuales los que pueden hacer que el todo avance. Y sobre todas las cosas: no hacernos de la vista gorda ante las cosas malas que parecen buenas.
Mucho se ha hablado de los perjuicios que sufre México ante el grave problema del Narcotráfico. En ocasiones cometemos la estupidez de juzgar a la ligera y pensar que están peleando indios contra vaqueros. En otras nos creemos impotentes bajo el yugo de un problema con tintes extraterrestres e imposible solución. La realidad debe juzgarse en su justo medio, sin exageraciones ni condescendencia y reconociendonos como el punto de partida hacia el progreso como sociedad. Somos el agente principal de lo bueno y lo malo que nos pasa. Lo que hoy nos acecha está cimentado por nuestras añejas carencias como comunidad, aunado a factores externos, corrupción y demás. El pueblo mexicano ha sido víctima y culpable a la vez; cómplice tácito de los crímenes que hoy denuncia en voz alta.
Mazatlán, Sinaloa a 30 de Mayo de 2010.
Serie: MEXICO NARCO 2010 (3 de 3)
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