México y su Tercera Insurrección
Por Luis Donaldo Colosio Riojas
La tragedia no te hace a prueba de balas... pero sí las aguantas mejor que los demás... Esta es, quizás, una de las más importantes enseñanzas que la vida hasta el día de hoy me ha dejado. Sin embargo, cada golpe, por sutil o insignificante que pudiera parecer, tiene, tarde o temprano, una cierta manera artera de llegarnos a donde más nos duele. México ha sido ya, por muchos años, un país desorientado, irresponsablemente mal aconsejado y, peor aún, social y moralmente desahuciado.
Al enterarme del sensible fallecimiento de Rodolfo Torre Cantú, candidato a gobernador para el estado de Tamaulipas, sentí un grave y profundo malestar. Esa clase de molestia que impide que uno descanse por las noches, esa angustia inexplicable que nos arroja fuera de nosotros mismos y nos roba maliciosamente de una realidad coherente y explicable. Rodolfo fue mi amigo, y aunque lo conocí muy poco, no lo niego, tenía fe en su persona. No por su partido o propuestas de campaña, sino por su integridad como ser humano que, desde el momento de estrechar su mano, se apreciaba en ondas cálidas de autenticidad y franqueza. Mi más sentido pésame a su familia y amistades, muchos de ellos míos también, por esta irreparable pérdida.
Ahora bien, más allá de la trágica pérdida de este extraordinario ser humano, así como del candidato a presidente municipal por el municipio de Valle Hermoso, Tamaulipas, quien falleciera en similares circunstancias, debo asentar una reflexión: ¿qué más hemos perdido? Como nación, México está entrando a una delgada línea entre la sanidad y la locura, donde el arrebato de pasiones se desbordan en direcciones que no demuestran ser favorables para nadie. ¿Pero qué diablos le está ocurriendo a México? Ahora el crimen organizado ha enviado un mensaje claro y fuerte y que resonó tan duro y potente como metralla: la democracia en México también es asesinable. Más allá de la corrupción enmohecida dentro de nuestras instituciones, ahora cargamos con esta nueva amenaza que atenta en contra de todos los niveles de gobernabilidad y soberanía que antes creíamos ostentar como nación.
Se me viene a la mente aquel comercial de Iniciativa México y no puedo sacarme de la cabeza una cierta frase que detonó en mí la reflexión de un tema que ya venía yo acuñando desde hace meses, "cada cien años México se propone hacer algo grande". Lo cierto de esa frase es que cada cien años, desde la institución de este país como uno independiente y autónomo, México vive ciertamente algo grande. Una afronta bélicosa para garantizar nuestra continuidad como nación, y que se desata una vez por siglo. Primero por nuestra independencia. Después por nuestra democracia. Hoy, sin darnos cuenta, estamos ya todos involucrados en medio de una guerra que estalló hace algunos años y que invariablemente nos afecta a todos. México está viviendo ya su tercera insurrección y somos nosotros, sus ciudadanos, sus principales caudillos, ya que en nosotros está el poder de resistencia y fe que nuestra nación requiere para salir avante. Paciencia y fe...
Esta guerra que vivimos en contra del crimen organizado, cuyo propósito ha sido hasta ahora el de contaminar y corromper las fibras más hondas de nuestra integridad como país democrático e independiente, era algo que se veía venir, algo que quizás tarde o temprano tenía que pasar, y sin embargo creo que nadie dimensionábamos la magnitud del culatazo de nuestras propias armas, y más aún, que el enemigo estaba ya hábilmente consolidado entre nosotros. Paciencia y fe...
¿Y qué nos corresponde a nosotros como ciudadanos? Supongo que esperar, y aún así no sería suficiente. El día en que exista sinergía entre sus ciudadanos, México tendrá esa cohesión nacional que tanto necesita. El repudio a nuestras instituciones es comprensible, mas nunca productivo si no se acompaña de un auténtico deseo e intención de "sanitizarlas". ¿Reformas? ¿Marchas? ¿Protestas? ¿¿Funcionan?? El día en que nos interese lo que está sucediendo en nuestro país lo suficiente como participar en la medida en que nos sea posible, ese será el día en que la democracia en México recobre las fuerzas necesarias para dar réplica a esta ola de incertidumbre por la que estamos atravesando. ¿Quién se une? Paciencia y fe...
La pérdida de hombres como Rodolfo Torre Cantú a manos de esta guerra es algo inaudito, reprochable, abominable. Algo que no creíamos que fuera posible por que tal vez no habíamos dimensionado la gravedad de nuestra propia situación y del daño colateral que nosotros los mexicanos recibimos a causa de ella. Yo le tengo amor y fe a este país. En él nací y crecí, y será este suelo el que me verá morir, aunque desgraciadamente continúan sucitándose situaciones que me decepcionan de mi patria, y para rematarme, la fría estocada de la indiferencia de sus ciudadanos. Qué lástima, y yo que creí que México ya había superado aquella lamentable etapa de asesinar a sus candidatos...
El autor es fundador del despacho Basave, Colosio, Sánchez Abogados, y catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Twitter: @colosioriojas
Tuesday, June 29, 2010
Friday, June 25, 2010
ANCORA IMPARO
Balleneros, Arponeros y Pamboleros
Por Luis Donaldo Colosio Riojas
"Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo." Este es el, quizás sencillo, pero poderoso principio de la novela Moby Dick del autor estadounidense Herman Melville, y que da inicio a una saga de suspenso y aventura hacia los océanos profundos del corazón y mente humanos en busca de aquel monstruo fabuloso pero de erradicación imprescindible.
Este es el comportamiento de los Estado Unidos como nación para lograr la unión de toda la nación americana. La obsesión compulsiva, casi maníaca, del capitán Ahab de cazar y dar muerte a su enemigo, es el mismo instinto belicoso que giran en torno a las políticas nacionales e internacionales de nuestro vecino del norte. Hace cincuenta años era el nacional-socialismo, después la Unión Soviética, luego Vietnam, Iraq, Afganistán, nuevamente Iraq...
Mi punto es que siempre existe un blanco con el cual el gobierno federal de los Estados Unidos lanza el repudio general de su pueblo y logra unificarlos a casi todos en contra de “aquél monstruo enemigo de la nación”... Pocas veces me escucharán hablar bien de Estados Unidos, dado a que sus constantes gringaderas me sacan de quicio, sin embargo hay que reconocérselos: en momentos críticos, pocas naciones son capaces de lograr una unión tan definida y un rumbo tan marcado.
Esto, obviamente, me resulta amargo, ya que una nación como nuestro vecino del norte, en donde las estadísticas muestran que un veinte por ciento de sus habitantes no pueden siquiera ubicar a su país en un mapa, toma decisiones más responsables en cuanto al patriotismo nacional. Carlos Fuentes, dando réplica a un libro extremista del fallecido Samuel Huntington recalcó también este fenómeno: de cómo Estados Unidos recae casi en el fanatismo de siempre tener como prioridad el tener un enemigo a quien dirigir todas esas emociones negativas. Aquel monstruo que atenta contra los principios de libertad, de justicia y de nación que los hace ser seres humanos libres y grandes. Un fanatismo un tanto peligroso, ya que las consecuencias para el blanco de sus querellas no suelen ser alentadoras. Con esto espero que ahora se entienda el acrecentado temor que estamos teniendo algunos mexicanos con el incremento aberrante de la aceptación en los Estados Unidos de la ley SB 1070 de Arizona, ya que parte de una intolerancia y diferenciación racial, y les recuerdo que de este lado de la frontera vivimos otra raza que tarde o temprano cosechará los frutos de esa intolerancia, y lo haremos como nación, ya no sólo nuestros migrantes.
México no necesita un quinto partido, necesita una causa. ¿Cómo es posible que en mi país, dónde sensiblemente se debería de apreciar una raza mucho más culta e informada, cada vez se preste más al conformismo y la mediocridad? Somos pamboleros desde la cuna, idealizando a nuestros jugadores como héroes nacionales cada vez que ganan un partido, pero queremos expatriarlos cada vez que nos fallan en la cancha. Estadísticas demuestran que durante el mundial, la productividad mexicana baja aproximadamente un veinte por ciento, cosa que me parece aberrante, toda vez que las cosas no están como para descuidar las prioridades.
Me da mucho gusto el estandarte de unión que nos provee nuestra selección cada cuatro años, pero aún así, esa unión está dispersa, ambigua, incompleta. En México requerimos algo más que una breve e inconsistente unión cada cuatro años, requerimos de un rumbo, necesitamos una dirección compartida. Obviamente no quisiera caer en el fanatismo norteamericano de satanizar a sus enemigos y aterrar a toda la nación con cuentos chinos de que si no se ataca ese problema el país se acaba... Pero debemos reconocer que por no ponernos de acuerdo, por siempre hacer de un lado al prójimo, permitimos que el crimen organizado tomara nuestro país, y este problema, señoras y señores, sí puede acabar con nuestra nación. Probablemente no todos estemos de acuerdo con todas las decisiones de nuestros gobernantes; quizás no sean por quienes votamos; el hecho es que ellos están ahí porque así es como funciona una democracia. Una democracia no termina el día de la elección, se vive cada día al refrendar el ciudadano el apoyo a su gobierno (hayamos o no votado por la persona en turno, ya que la campaña terminó y el gobierno es de nosotros, trabajando por y para nosotros), o bien, por las vías necesarias y por consenso general, expresarle su desaprobación. Pero eso sí, recapacitemos y vayámonos poniendo todos de acuerdo y prestémonos de una buena vez a unirnos de manera inteligente y responsable, que por llamarle “pendejo” al Presidente, en lugar de apoyar con trabajo o propuestas, le hacemos a los problemas nacionales lo que el viento a Juárez...
El autor es fundador del despacho Basave, Colosio, Sánchez Abogados, y catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Twitter: @colosioriojas
Por Luis Donaldo Colosio Riojas
"Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo." Este es el, quizás sencillo, pero poderoso principio de la novela Moby Dick del autor estadounidense Herman Melville, y que da inicio a una saga de suspenso y aventura hacia los océanos profundos del corazón y mente humanos en busca de aquel monstruo fabuloso pero de erradicación imprescindible.
Este es el comportamiento de los Estado Unidos como nación para lograr la unión de toda la nación americana. La obsesión compulsiva, casi maníaca, del capitán Ahab de cazar y dar muerte a su enemigo, es el mismo instinto belicoso que giran en torno a las políticas nacionales e internacionales de nuestro vecino del norte. Hace cincuenta años era el nacional-socialismo, después la Unión Soviética, luego Vietnam, Iraq, Afganistán, nuevamente Iraq...
Mi punto es que siempre existe un blanco con el cual el gobierno federal de los Estados Unidos lanza el repudio general de su pueblo y logra unificarlos a casi todos en contra de “aquél monstruo enemigo de la nación”... Pocas veces me escucharán hablar bien de Estados Unidos, dado a que sus constantes gringaderas me sacan de quicio, sin embargo hay que reconocérselos: en momentos críticos, pocas naciones son capaces de lograr una unión tan definida y un rumbo tan marcado.
Esto, obviamente, me resulta amargo, ya que una nación como nuestro vecino del norte, en donde las estadísticas muestran que un veinte por ciento de sus habitantes no pueden siquiera ubicar a su país en un mapa, toma decisiones más responsables en cuanto al patriotismo nacional. Carlos Fuentes, dando réplica a un libro extremista del fallecido Samuel Huntington recalcó también este fenómeno: de cómo Estados Unidos recae casi en el fanatismo de siempre tener como prioridad el tener un enemigo a quien dirigir todas esas emociones negativas. Aquel monstruo que atenta contra los principios de libertad, de justicia y de nación que los hace ser seres humanos libres y grandes. Un fanatismo un tanto peligroso, ya que las consecuencias para el blanco de sus querellas no suelen ser alentadoras. Con esto espero que ahora se entienda el acrecentado temor que estamos teniendo algunos mexicanos con el incremento aberrante de la aceptación en los Estados Unidos de la ley SB 1070 de Arizona, ya que parte de una intolerancia y diferenciación racial, y les recuerdo que de este lado de la frontera vivimos otra raza que tarde o temprano cosechará los frutos de esa intolerancia, y lo haremos como nación, ya no sólo nuestros migrantes.
México no necesita un quinto partido, necesita una causa. ¿Cómo es posible que en mi país, dónde sensiblemente se debería de apreciar una raza mucho más culta e informada, cada vez se preste más al conformismo y la mediocridad? Somos pamboleros desde la cuna, idealizando a nuestros jugadores como héroes nacionales cada vez que ganan un partido, pero queremos expatriarlos cada vez que nos fallan en la cancha. Estadísticas demuestran que durante el mundial, la productividad mexicana baja aproximadamente un veinte por ciento, cosa que me parece aberrante, toda vez que las cosas no están como para descuidar las prioridades.
Me da mucho gusto el estandarte de unión que nos provee nuestra selección cada cuatro años, pero aún así, esa unión está dispersa, ambigua, incompleta. En México requerimos algo más que una breve e inconsistente unión cada cuatro años, requerimos de un rumbo, necesitamos una dirección compartida. Obviamente no quisiera caer en el fanatismo norteamericano de satanizar a sus enemigos y aterrar a toda la nación con cuentos chinos de que si no se ataca ese problema el país se acaba... Pero debemos reconocer que por no ponernos de acuerdo, por siempre hacer de un lado al prójimo, permitimos que el crimen organizado tomara nuestro país, y este problema, señoras y señores, sí puede acabar con nuestra nación. Probablemente no todos estemos de acuerdo con todas las decisiones de nuestros gobernantes; quizás no sean por quienes votamos; el hecho es que ellos están ahí porque así es como funciona una democracia. Una democracia no termina el día de la elección, se vive cada día al refrendar el ciudadano el apoyo a su gobierno (hayamos o no votado por la persona en turno, ya que la campaña terminó y el gobierno es de nosotros, trabajando por y para nosotros), o bien, por las vías necesarias y por consenso general, expresarle su desaprobación. Pero eso sí, recapacitemos y vayámonos poniendo todos de acuerdo y prestémonos de una buena vez a unirnos de manera inteligente y responsable, que por llamarle “pendejo” al Presidente, en lugar de apoyar con trabajo o propuestas, le hacemos a los problemas nacionales lo que el viento a Juárez...
El autor es fundador del despacho Basave, Colosio, Sánchez Abogados, y catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
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Friday, June 18, 2010
ANCORA IMPARO
Nefro-Necrosis Nacional
Por Luis Donaldo Colosio Riojas
Los hemos abandonado. Nuestras fuerzas más básicas de defensa se han quedado solas, al margen del desprecio de todos nosotros. ¿Pero qué demonios les pasó a nuestras instituciones de seguridad pública? ¿En qué momento se convirtieron en algo que quisiéramos no tener? ¿Por qué es a ellos a quienes les tememos a veces? Esto me avergüenza, me da tristeza, me sofoca, pero aún más, y aunque para nosotros sea difícil reconocerlo, el hecho de que es nuestra culpa.
Y aquí empiezan las largas letanías. Los llantos y sollozos y maltrato vejatorio de esta Epifanía moral. Gritos de, “no sabemos cómo manejar esta situación”, y “no es culpa/responsabilidad nuestra, es del gobierno”. No podemos seguir cegándonos ante la cruda realidad de nuestra desidia al momento de encarar las responsabilidades que todos compartimos por el simple hecho de pisar el bendito suelo de este país.
La realidad es que los hemos ignorado por tanto tiempo que no les dejamos alternativa. El hecho que un policía encaje en un concepto que no diste mucho al de un criminal ordinario o, incluso peor, durante los últimos meses del de un criminal peligroso, es alarmante, pero más aún el hecho de que son así por causa nuestra. Si no me quieren creer, sigan leyendo.
A esta gente les prometemos algo y no lo cumplimos. Los ponemos en la primera línea de defensa, al borde del peligro. Les exigimos, a veces de manera condescendiente porque “es su trabajo”, que arriesguen sus vidas, su seguridad y la de sus familias por nosotros. Nosotros, a quienes no conocen, les exigimos que nos antepongan a sus familias. Ellos, quienes están a cargo de mantener el orden y balance de la armonía en nuestras ciudades son sólo reconocidos al momento del reclamo, jamás del mérito. “El mérito no se lo merecen”, decimos, “porque simplemente están cumpliendo con su trabajo”.
¡Pobres de ellos! Aquellos hombres y mujeres que se exponen cada día por nosotros. No reciben sueldos dignos, de lo contrario no había “mordidas”. No reciben prestaciones adecuadas (aquellos de ellos que las reciben, claro, porque esas cosas para ellos son ya hablar de privilegios), de lo contrario no habría ausentismo. No reciben seguridad para sus familias en el caso de que ellos les falten, de lo contrario no tendrían dudas al enfrentar su deber.
¿En qué momento pasamos por alto el cuidar nosotros también de ellos? ¡Y no, esto no sólo es responsabilidad del gobierno! Ni siquiera voy a empezar a abordar ese tema, porque una columna semanal no me alcanzaría, pero partamos de la premisa de que el gobierno somos nosotros. Nosotros pagamos los impuestos y de nosotros se debe de ocupar el erario. Votamos en cada elección por aquella persona que se supone va a actuar de acuerdo a lo que nosotros queremos ver que se haga. Pero ni eso hacemos, y así todavía esperamos milagros...
Ser un elemento de un cuerpo de seguridad pública en este país debería de ser un honor. Debería de ser un privilegio aspirado por muchos. Debería ser, incluso, un papel que con orgullo podamos ver desempeñado por uno de nuestros hijos. Porque eso son ellos, hijos de México. Hijos de México que México eligió ignorar.
A ellos no les guardo rencor, porque sería irresponsable de mi parte. Sería irresponsable esperar tanto de ellos si no me aseguro como mexicano el que estén previstos de la mejor capacitación física, mental y académica. Que estén previstos del mejor equipo, tecnología e inteligencia. Con disgusto comento que no a todos se les arma con una pistola, no por falta de confianza, pero por falta de “presupuesto”. Aquellos que portan arma, no siempre tienen cartuchos (balas). Y aún así los enviamos al frente de batalla, para pelear por nosotros, simplemente porque para nosotros es su obligación. Los sueldos mensuales de nuestros héroes deberían acercarse a las mega-multas que se imponen en algunas ciudades. ¿Cuál de ellos aceptaría quinientos pesos por hacerse de la vista gorda a una infracción de tránsito si recibiera un sueldo así? ¿Por qué no garantizamos el bienestar económico y patrimonial de sus familias? ¿Por qué no les damos un seguro de vida digno? ¿Por qué nosotros no nos hacemos responsables del sano y mejor desarrollo académico, social y emocional de sus hijos? Nuestros policías son hijos de México y nosotros, señoras y señores, somos México. ¡Dejemos de ignorar a nuestros hijos!
Así como el riñón tiene la función de filtrar impurezas y potenciales amenazas de nuestro organismo, así nuestras instituciones de seguridad pública tienen la labor de limpiar y filtrar este gran organismo que se llama sociedad. Estas instituciones, por nuestra desidia en atenderlas, están lentamente sucumbiendo ante la infección de inseguridad que nos acontece el día de hoy. Estamos, desgraciadamente por descuido propio, agonizando en una nefro-necrosis nacional.
El autor es fundador del despacho Basave, Colosio, Sánchez Abogados, y catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Twitter: @colosioriojas
Por Luis Donaldo Colosio Riojas
Los hemos abandonado. Nuestras fuerzas más básicas de defensa se han quedado solas, al margen del desprecio de todos nosotros. ¿Pero qué demonios les pasó a nuestras instituciones de seguridad pública? ¿En qué momento se convirtieron en algo que quisiéramos no tener? ¿Por qué es a ellos a quienes les tememos a veces? Esto me avergüenza, me da tristeza, me sofoca, pero aún más, y aunque para nosotros sea difícil reconocerlo, el hecho de que es nuestra culpa.
Y aquí empiezan las largas letanías. Los llantos y sollozos y maltrato vejatorio de esta Epifanía moral. Gritos de, “no sabemos cómo manejar esta situación”, y “no es culpa/responsabilidad nuestra, es del gobierno”. No podemos seguir cegándonos ante la cruda realidad de nuestra desidia al momento de encarar las responsabilidades que todos compartimos por el simple hecho de pisar el bendito suelo de este país.
La realidad es que los hemos ignorado por tanto tiempo que no les dejamos alternativa. El hecho que un policía encaje en un concepto que no diste mucho al de un criminal ordinario o, incluso peor, durante los últimos meses del de un criminal peligroso, es alarmante, pero más aún el hecho de que son así por causa nuestra. Si no me quieren creer, sigan leyendo.
A esta gente les prometemos algo y no lo cumplimos. Los ponemos en la primera línea de defensa, al borde del peligro. Les exigimos, a veces de manera condescendiente porque “es su trabajo”, que arriesguen sus vidas, su seguridad y la de sus familias por nosotros. Nosotros, a quienes no conocen, les exigimos que nos antepongan a sus familias. Ellos, quienes están a cargo de mantener el orden y balance de la armonía en nuestras ciudades son sólo reconocidos al momento del reclamo, jamás del mérito. “El mérito no se lo merecen”, decimos, “porque simplemente están cumpliendo con su trabajo”.
¡Pobres de ellos! Aquellos hombres y mujeres que se exponen cada día por nosotros. No reciben sueldos dignos, de lo contrario no había “mordidas”. No reciben prestaciones adecuadas (aquellos de ellos que las reciben, claro, porque esas cosas para ellos son ya hablar de privilegios), de lo contrario no habría ausentismo. No reciben seguridad para sus familias en el caso de que ellos les falten, de lo contrario no tendrían dudas al enfrentar su deber.
¿En qué momento pasamos por alto el cuidar nosotros también de ellos? ¡Y no, esto no sólo es responsabilidad del gobierno! Ni siquiera voy a empezar a abordar ese tema, porque una columna semanal no me alcanzaría, pero partamos de la premisa de que el gobierno somos nosotros. Nosotros pagamos los impuestos y de nosotros se debe de ocupar el erario. Votamos en cada elección por aquella persona que se supone va a actuar de acuerdo a lo que nosotros queremos ver que se haga. Pero ni eso hacemos, y así todavía esperamos milagros...
Ser un elemento de un cuerpo de seguridad pública en este país debería de ser un honor. Debería de ser un privilegio aspirado por muchos. Debería ser, incluso, un papel que con orgullo podamos ver desempeñado por uno de nuestros hijos. Porque eso son ellos, hijos de México. Hijos de México que México eligió ignorar.
A ellos no les guardo rencor, porque sería irresponsable de mi parte. Sería irresponsable esperar tanto de ellos si no me aseguro como mexicano el que estén previstos de la mejor capacitación física, mental y académica. Que estén previstos del mejor equipo, tecnología e inteligencia. Con disgusto comento que no a todos se les arma con una pistola, no por falta de confianza, pero por falta de “presupuesto”. Aquellos que portan arma, no siempre tienen cartuchos (balas). Y aún así los enviamos al frente de batalla, para pelear por nosotros, simplemente porque para nosotros es su obligación. Los sueldos mensuales de nuestros héroes deberían acercarse a las mega-multas que se imponen en algunas ciudades. ¿Cuál de ellos aceptaría quinientos pesos por hacerse de la vista gorda a una infracción de tránsito si recibiera un sueldo así? ¿Por qué no garantizamos el bienestar económico y patrimonial de sus familias? ¿Por qué no les damos un seguro de vida digno? ¿Por qué nosotros no nos hacemos responsables del sano y mejor desarrollo académico, social y emocional de sus hijos? Nuestros policías son hijos de México y nosotros, señoras y señores, somos México. ¡Dejemos de ignorar a nuestros hijos!
Así como el riñón tiene la función de filtrar impurezas y potenciales amenazas de nuestro organismo, así nuestras instituciones de seguridad pública tienen la labor de limpiar y filtrar este gran organismo que se llama sociedad. Estas instituciones, por nuestra desidia en atenderlas, están lentamente sucumbiendo ante la infección de inseguridad que nos acontece el día de hoy. Estamos, desgraciadamente por descuido propio, agonizando en una nefro-necrosis nacional.
El autor es fundador del despacho Basave, Colosio, Sánchez Abogados, y catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Twitter: @colosioriojas
Thursday, June 10, 2010
ANCORA IMPARO
Ciudadano-País / Ciudadano-Mundo
Por Luis Donaldo Colosio Riojas
Desde siempre, estudios antropológicos han demostrado que el ser humano es un ser gregario por naturaleza, esto quiere decir que instintivamente buscamos la compañía y asociación con más seres como nosotros; entiéndase más seres humanos. Al principio comenzó con la familia, núcleo de toda sociedad, y el pilar base sobre el cual las primeras civilizaciones fueron tomando forma, ya que fueron grupos pequeños de familias que decidieron establecerse en un mismo sitio (o de manera conjunta cuando la vida sedentaria aún no existía), las que dieron pie a las primeras sociedades. Éstas, a su vez, formaron clanes, luego tribus, y posteriormente una población formal.
Hoy, la palabra ciudadano se deriva directamente de la ciudad de procedencia de una persona, sin embargo esta definición, per se, es incompleta. El orgullo y el tan enraizado sentimiento de pertenencia a un lugar o pueblo es el que preponderantemente ha ocasionado siempre un arraigo emocional en el ser humano. Fue así como nacieron las primeras distinciones entre regiones: no por territorio, sino por procedencia/pertenencia a un grupo social en particular que habitaba dicho territorio.
De ahí deriva el sentimiento y el principio de la ciudadanía como tal. El pertenecer a un lugar por lo que representa y por lo que nosotros, como miembros de esa comunidad, representamos ante el mundo. Hoy, cada comunidad (o estado, o ciudad, o país, o como se le quiera llamar) ostenta esa pertenencia que se dice única por generar un grupo de personas con valores y objetivos similares o comunes y que diariamente empujan, en equipo, a toda esa comunidad de alguna forma u otra. Ese es el verdadero concepto de ciudadanía. Mexicanos, en México, canadienses, en Canadá, portugueses, en Portugal, y así las ciudadanías continúan según los cánones establecidos en el mundo actual.
Ahora bien, el mundo actual difiere drásticamente al de hace tan sólo unos cuantos años. Cada vez la comunicación entre cada comunidad, algo que en vez otrora pareciera imposible, improbable, o bien, extremadamente remoto, es ahora un hecho cotidiano, en donde amigos de todas partes del planeta y de culturas (ciudadanías) totalmente distintas conviven a través de los medios informáticos cada día. Y aquí no hablamos necesariamente de familiares que hayan emigrado el extranjero, sino de extranjeros "de hueso colorado", totalmente distintos a nosotros, que de pronto están a nuestro alcance. Así hacemos, en México, amistad con alemanes, rusos, suecos, italianos e incluso japoneses. Es aquí donde empieza el fenómeno de "la mezcla".
La mezcla es también definible como "incorporación", y se da cuando un grupo social, ya sea por asimilación o por conveniencia para su comodidad o supervivencia, adopta costumbres o modos de otro grupo social. Paul Harrison, en su artículo "The Westernization of the World" ("La Occidentización del Mundo") habla sobre cómo más a menudo se percibe cómo otras culturas van, de manera cada vez más acelerada, adoptando modos y tradiciones de las culturas de occidente (Europa y Norteamérica, principalmente). Asimismo, Thomas L. Friedman, en su libro The World is Flat (El Mundo es Plano) comenta sobre cómo la revolución informática en el mundo a dado pie a la homologación de costumbres y servicios a través del orbe, tanto así que una llamada hecha en los Estados Unidos, puede ser contestada en la India, para resolver a su vez, un problema en China.
Ser ciudadanos del mundo implica reconocer que, a pesar de nuestra evidentes diferencia culturales, físicas y morales, existen precedentes claros de que podemos coexistir. Más aún, existen pruebas irrefutables que la homologación de costumbres y el nuevo mundo que ahora se nos presenta tanto a nuestro alcance, nos hace partícipes de él de una manera nunca antes vista, puesto que podemos opinar, formar parte y enterarnos de prácticamente cualquier cosa por cerca o lejos que esté. Replanteemos ahora el sentimiento de pertenencia a un lugar o pueblo que preponderantemente ocasiona un arraigo emocional en el ser humano que describimos al principio, y transmitámoslo hacia este planeta en su totalidad: es la tierra que nos vio nacer y que, a pesar de haber crecido en un pequeña parte de ella, sigue siendo un ente más grande que esa región en específico; tenemos costumbres de todas partes de ella y que nacieron en lugares que quizá aún no nos enteramos que existen; sabemos qué acontece en ella; formamos amistad con gente al otro extremo de ella; y además, SEGUIMOS VIVIENDO EN ELLA. Esa es una ciudadanía global/universal.
Me pregunto: ¿seremos capaces algún día de verdaderamente practicar este concepto?
El autor es fundador del despacho Basave, Colosio, Sánchez Abogados, y catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Twitter: @colosioriojas
Por Luis Donaldo Colosio Riojas
Desde siempre, estudios antropológicos han demostrado que el ser humano es un ser gregario por naturaleza, esto quiere decir que instintivamente buscamos la compañía y asociación con más seres como nosotros; entiéndase más seres humanos. Al principio comenzó con la familia, núcleo de toda sociedad, y el pilar base sobre el cual las primeras civilizaciones fueron tomando forma, ya que fueron grupos pequeños de familias que decidieron establecerse en un mismo sitio (o de manera conjunta cuando la vida sedentaria aún no existía), las que dieron pie a las primeras sociedades. Éstas, a su vez, formaron clanes, luego tribus, y posteriormente una población formal.
Hoy, la palabra ciudadano se deriva directamente de la ciudad de procedencia de una persona, sin embargo esta definición, per se, es incompleta. El orgullo y el tan enraizado sentimiento de pertenencia a un lugar o pueblo es el que preponderantemente ha ocasionado siempre un arraigo emocional en el ser humano. Fue así como nacieron las primeras distinciones entre regiones: no por territorio, sino por procedencia/pertenencia a un grupo social en particular que habitaba dicho territorio.
De ahí deriva el sentimiento y el principio de la ciudadanía como tal. El pertenecer a un lugar por lo que representa y por lo que nosotros, como miembros de esa comunidad, representamos ante el mundo. Hoy, cada comunidad (o estado, o ciudad, o país, o como se le quiera llamar) ostenta esa pertenencia que se dice única por generar un grupo de personas con valores y objetivos similares o comunes y que diariamente empujan, en equipo, a toda esa comunidad de alguna forma u otra. Ese es el verdadero concepto de ciudadanía. Mexicanos, en México, canadienses, en Canadá, portugueses, en Portugal, y así las ciudadanías continúan según los cánones establecidos en el mundo actual.
Ahora bien, el mundo actual difiere drásticamente al de hace tan sólo unos cuantos años. Cada vez la comunicación entre cada comunidad, algo que en vez otrora pareciera imposible, improbable, o bien, extremadamente remoto, es ahora un hecho cotidiano, en donde amigos de todas partes del planeta y de culturas (ciudadanías) totalmente distintas conviven a través de los medios informáticos cada día. Y aquí no hablamos necesariamente de familiares que hayan emigrado el extranjero, sino de extranjeros "de hueso colorado", totalmente distintos a nosotros, que de pronto están a nuestro alcance. Así hacemos, en México, amistad con alemanes, rusos, suecos, italianos e incluso japoneses. Es aquí donde empieza el fenómeno de "la mezcla".
La mezcla es también definible como "incorporación", y se da cuando un grupo social, ya sea por asimilación o por conveniencia para su comodidad o supervivencia, adopta costumbres o modos de otro grupo social. Paul Harrison, en su artículo "The Westernization of the World" ("La Occidentización del Mundo") habla sobre cómo más a menudo se percibe cómo otras culturas van, de manera cada vez más acelerada, adoptando modos y tradiciones de las culturas de occidente (Europa y Norteamérica, principalmente). Asimismo, Thomas L. Friedman, en su libro The World is Flat (El Mundo es Plano) comenta sobre cómo la revolución informática en el mundo a dado pie a la homologación de costumbres y servicios a través del orbe, tanto así que una llamada hecha en los Estados Unidos, puede ser contestada en la India, para resolver a su vez, un problema en China.
Ser ciudadanos del mundo implica reconocer que, a pesar de nuestra evidentes diferencia culturales, físicas y morales, existen precedentes claros de que podemos coexistir. Más aún, existen pruebas irrefutables que la homologación de costumbres y el nuevo mundo que ahora se nos presenta tanto a nuestro alcance, nos hace partícipes de él de una manera nunca antes vista, puesto que podemos opinar, formar parte y enterarnos de prácticamente cualquier cosa por cerca o lejos que esté. Replanteemos ahora el sentimiento de pertenencia a un lugar o pueblo que preponderantemente ocasiona un arraigo emocional en el ser humano que describimos al principio, y transmitámoslo hacia este planeta en su totalidad: es la tierra que nos vio nacer y que, a pesar de haber crecido en un pequeña parte de ella, sigue siendo un ente más grande que esa región en específico; tenemos costumbres de todas partes de ella y que nacieron en lugares que quizá aún no nos enteramos que existen; sabemos qué acontece en ella; formamos amistad con gente al otro extremo de ella; y además, SEGUIMOS VIVIENDO EN ELLA. Esa es una ciudadanía global/universal.
Me pregunto: ¿seremos capaces algún día de verdaderamente practicar este concepto?
El autor es fundador del despacho Basave, Colosio, Sánchez Abogados, y catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
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Tuesday, June 08, 2010
Doble moral sinaloense: Sol y sombra de gente de bien.
Escrito publicado en Facebook por Tadeo Hernández K.
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Un amplio sector de la población mexicana vive bajo el constante temor a la narcoviolencia. Esto no surgió de la nada. Hace -al menos- tres años que vivimos una encarnizada lucha entre los cárteles de la droga aderezada por una campaña militar en la que el gobierno parece destinado al fracaso. El pueblo, que sufre una paranoia sin precedentes en el pasado cercano, ha perdido la paz mental y no son pocas las ciudades del país que han visto restringidas sus libertades y afectado su dinamismo económico. A simple vista aparecemos como víctima, pero es importante señalar que la situación que hoy nos aqueja es en gran parte nuestra responsabilidad; a la par del gobierno, el ejército, la prensa y los narcotraficantes mismos.
Durante años, callamos. Mientras nuestro círculo inmediato de confianza no se vio afectado, callamos. La sociedad (urbana principalmente) encontró en la indiferencia su mejor respuesta a la violencia que durante décadas nos ha caracterizado. No sólo guardamos silencio sino que solapamos infinidad de prácticas ilícitas a conveniencia de intereses personales, sociales, profesionales y demás. En este país estamos acostumbrados a frases acomodaticias y justificadoras de conceptos, usos y costumbres equivocados moral y legalmente.
El narcotráfico ha sido nuestra mayor omisión. En la década de los 90 (y todavía en ésta) recuerdo muchas veces haber escuchado disculpas a este delito con el argumento de que éramos solamente “un país de tránsito”. Mientras nos convencíamos de que eran –diabólicos- productores sudamericanos usándonos para satisfacer a -los no menos infernales- consumidores norteamericanos el consumo de drogas en México creció hasta convertirse en un problema de seguridad nacional. Autodenominarnos el “trampolín de la droga” nos eximía como comunidad de la responsabilidad de que los estupefacientes pasaran por nuestro territorio; con todo los riesgos que esto implica. “Es culpa de los ‘gringos’ ” se decía con complaciente frecuencia.
Así mismo, no fueron pocas las ocasiones en que logramos rápido convencimiento al decir o escuchar: “es marihuana, no pasa nada”. La voz popular y la de algunos especialistas en salud no miente: hay sustancias legales más dañinas al cuerpo humano que la Cannabis en el efecto inmediato y el de largos años de consumo (el alcohol y el tabaco para no ir muy lejos). Conforme nos inclinábamos a creer esto, lo controlable que era ese pequeño gran placer no legalizado, el contexto social y de seguridad pública en México cambió de forma radical. Hoy existen millones de consumidores domésticos y armas en el país, cientos de miles de sicarios y narcomenudistas y un nuevo enfoque gubernamental en la manera de combatir al narcotráfico. El mes pasado se dio a conocer una cifra oficial que a muchos no deja conformes y les parece conservadora: 22,743 muertes violentas relacionadas al tráfico de drogas en lo que va del sexenio. De éstas, un 65% estarían relacionadas a la marihuana. Quizá sea cierto, antes no pasaba nada, pero en estricto apego al marco legal todavía vigente es innegable que se solapó la cultura del consumo con la displicente idea de que todo estaba y se mantendría bajo control.
Obligado moral y socialmente por acontecimientos cada vez más terroríficos, la población comienza a manifestarse con mayor frecuencia y energía contra la ineptitud de las autoridades en el combate a la delincuencia organizada. Tras décadas de silencio y aceptación pasiva, se construye una voz, incipiente aún, de rechazo a la narco cultura y los aspectos negativos que la rodean e influyen en nuestra comunidad consciente y subconscientemente.
Sin embargo, si la memoria no me traiciona, resulta imposible no recordar las tantas y tantas veces que escuchamos referencias adulatorias a tal o cual pueblo de la sierra sinaloense en el que “no hay pobres” y las fachadas de las casas “están siempre bien pintadas”. Todo gracias a la patrocinadora mano de traficantes locales. Así mismo, son incontables las ocasiones que hemos visto en páginas de sociales a personalidades que más allá de ser hombres y mujeres de familia, filántropos empedernidos, y muchas cualidades más, se sabe son partícipes de la legitimación del dinero mal habido. Me refiero a los narcofinancieros o, menos rimbombante, lavadores de dinero. Nuestra pobre cultura cívica no nos permite otra cosa que cotillear el tema y seguir adelante con nuestras vidas.
No sólo ha resultado fácil la aceptación de valores negativos al matizarlos como normales o permisibles. Aunado a esto, a los valores positivos hemosles colocado el beneficio de la duda en un punto muy alto. Es por ello que ante muchas fortunas bien habidas y cualquier muerte violenta automáticamente pensamos mal. Amantes de juicios ligeros, faltos de pruebas y análisis, somos una sociedad que encuentra pronta conclusión a muchas de sus dudas y cuestionamientos con pobres opiniones como “seguro anda ‘chueco’” o “a nadie lo matan por su linda cara”. Es así como infundadamente nos decimos que “no se puede”; que si las cosas están mal y todos somos parte, seguramente así es como tiene que ser. Y desde esa perspectiva, es imposible pensar en un cambio positivo. Es evidente que nuestra pobre autoestima colectiva no permite a los individuos actuar libremente. Nos cuesta trabajo creer que nuestra acción puede tener eco a una mayor escala, cuando esa es la única opción viable dado el infortunado contexto actual.
Más allá de agradarnos o no, la realidad nos indica claramente que la droga sigue en estado de ilegalidad y que la elección del gobierno para combatirla es la lucha armada. Es precisamente esto lo que debería preocuparnos más y hacernos reconsiderar nuestro accionar social. Ante el aumento sostenido del consumo de drogas y crecimiento exponencial del tráfico de armas hacia México, condiciones irreversibles en el corto plazo, la cifra de muertes violentas mencionada renglones arriba corre el riesgo de sonar irrisoria en unos años más. Seguir en la paralítica espera de que la situación cambie sin nuestra aportación no es sino mantener vigente el engaño que tanto se nos acomoda.
Podrá parecer iluso, hasta romántico para algunos, pero como sociedad hay mucho que se puede hacer para contrarrestar los males que nosotros mismos dejamos crecer. Desde sacudirnos la indolencia ante la muerte violenta en la comunidad y extirparnos la morbosa oda a la sangre que se expande en nuestra conciencia, hasta tener la voluntad de realizar una denuncia telefónica anónima (más sencillo no nos lo pueden poner). Son los pequeños actos individuales los que pueden hacer que el todo avance. Y sobre todas las cosas: no hacernos de la vista gorda ante las cosas malas que parecen buenas.
Mucho se ha hablado de los perjuicios que sufre México ante el grave problema del Narcotráfico. En ocasiones cometemos la estupidez de juzgar a la ligera y pensar que están peleando indios contra vaqueros. En otras nos creemos impotentes bajo el yugo de un problema con tintes extraterrestres e imposible solución. La realidad debe juzgarse en su justo medio, sin exageraciones ni condescendencia y reconociendonos como el punto de partida hacia el progreso como sociedad. Somos el agente principal de lo bueno y lo malo que nos pasa. Lo que hoy nos acecha está cimentado por nuestras añejas carencias como comunidad, aunado a factores externos, corrupción y demás. El pueblo mexicano ha sido víctima y culpable a la vez; cómplice tácito de los crímenes que hoy denuncia en voz alta.
Mazatlán, Sinaloa a 30 de Mayo de 2010.
Serie: MEXICO NARCO 2010 (3 de 3)
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Un amplio sector de la población mexicana vive bajo el constante temor a la narcoviolencia. Esto no surgió de la nada. Hace -al menos- tres años que vivimos una encarnizada lucha entre los cárteles de la droga aderezada por una campaña militar en la que el gobierno parece destinado al fracaso. El pueblo, que sufre una paranoia sin precedentes en el pasado cercano, ha perdido la paz mental y no son pocas las ciudades del país que han visto restringidas sus libertades y afectado su dinamismo económico. A simple vista aparecemos como víctima, pero es importante señalar que la situación que hoy nos aqueja es en gran parte nuestra responsabilidad; a la par del gobierno, el ejército, la prensa y los narcotraficantes mismos.
Durante años, callamos. Mientras nuestro círculo inmediato de confianza no se vio afectado, callamos. La sociedad (urbana principalmente) encontró en la indiferencia su mejor respuesta a la violencia que durante décadas nos ha caracterizado. No sólo guardamos silencio sino que solapamos infinidad de prácticas ilícitas a conveniencia de intereses personales, sociales, profesionales y demás. En este país estamos acostumbrados a frases acomodaticias y justificadoras de conceptos, usos y costumbres equivocados moral y legalmente.
El narcotráfico ha sido nuestra mayor omisión. En la década de los 90 (y todavía en ésta) recuerdo muchas veces haber escuchado disculpas a este delito con el argumento de que éramos solamente “un país de tránsito”. Mientras nos convencíamos de que eran –diabólicos- productores sudamericanos usándonos para satisfacer a -los no menos infernales- consumidores norteamericanos el consumo de drogas en México creció hasta convertirse en un problema de seguridad nacional. Autodenominarnos el “trampolín de la droga” nos eximía como comunidad de la responsabilidad de que los estupefacientes pasaran por nuestro territorio; con todo los riesgos que esto implica. “Es culpa de los ‘gringos’ ” se decía con complaciente frecuencia.
Así mismo, no fueron pocas las ocasiones en que logramos rápido convencimiento al decir o escuchar: “es marihuana, no pasa nada”. La voz popular y la de algunos especialistas en salud no miente: hay sustancias legales más dañinas al cuerpo humano que la Cannabis en el efecto inmediato y el de largos años de consumo (el alcohol y el tabaco para no ir muy lejos). Conforme nos inclinábamos a creer esto, lo controlable que era ese pequeño gran placer no legalizado, el contexto social y de seguridad pública en México cambió de forma radical. Hoy existen millones de consumidores domésticos y armas en el país, cientos de miles de sicarios y narcomenudistas y un nuevo enfoque gubernamental en la manera de combatir al narcotráfico. El mes pasado se dio a conocer una cifra oficial que a muchos no deja conformes y les parece conservadora: 22,743 muertes violentas relacionadas al tráfico de drogas en lo que va del sexenio. De éstas, un 65% estarían relacionadas a la marihuana. Quizá sea cierto, antes no pasaba nada, pero en estricto apego al marco legal todavía vigente es innegable que se solapó la cultura del consumo con la displicente idea de que todo estaba y se mantendría bajo control.
Obligado moral y socialmente por acontecimientos cada vez más terroríficos, la población comienza a manifestarse con mayor frecuencia y energía contra la ineptitud de las autoridades en el combate a la delincuencia organizada. Tras décadas de silencio y aceptación pasiva, se construye una voz, incipiente aún, de rechazo a la narco cultura y los aspectos negativos que la rodean e influyen en nuestra comunidad consciente y subconscientemente.
Sin embargo, si la memoria no me traiciona, resulta imposible no recordar las tantas y tantas veces que escuchamos referencias adulatorias a tal o cual pueblo de la sierra sinaloense en el que “no hay pobres” y las fachadas de las casas “están siempre bien pintadas”. Todo gracias a la patrocinadora mano de traficantes locales. Así mismo, son incontables las ocasiones que hemos visto en páginas de sociales a personalidades que más allá de ser hombres y mujeres de familia, filántropos empedernidos, y muchas cualidades más, se sabe son partícipes de la legitimación del dinero mal habido. Me refiero a los narcofinancieros o, menos rimbombante, lavadores de dinero. Nuestra pobre cultura cívica no nos permite otra cosa que cotillear el tema y seguir adelante con nuestras vidas.
No sólo ha resultado fácil la aceptación de valores negativos al matizarlos como normales o permisibles. Aunado a esto, a los valores positivos hemosles colocado el beneficio de la duda en un punto muy alto. Es por ello que ante muchas fortunas bien habidas y cualquier muerte violenta automáticamente pensamos mal. Amantes de juicios ligeros, faltos de pruebas y análisis, somos una sociedad que encuentra pronta conclusión a muchas de sus dudas y cuestionamientos con pobres opiniones como “seguro anda ‘chueco’” o “a nadie lo matan por su linda cara”. Es así como infundadamente nos decimos que “no se puede”; que si las cosas están mal y todos somos parte, seguramente así es como tiene que ser. Y desde esa perspectiva, es imposible pensar en un cambio positivo. Es evidente que nuestra pobre autoestima colectiva no permite a los individuos actuar libremente. Nos cuesta trabajo creer que nuestra acción puede tener eco a una mayor escala, cuando esa es la única opción viable dado el infortunado contexto actual.
Más allá de agradarnos o no, la realidad nos indica claramente que la droga sigue en estado de ilegalidad y que la elección del gobierno para combatirla es la lucha armada. Es precisamente esto lo que debería preocuparnos más y hacernos reconsiderar nuestro accionar social. Ante el aumento sostenido del consumo de drogas y crecimiento exponencial del tráfico de armas hacia México, condiciones irreversibles en el corto plazo, la cifra de muertes violentas mencionada renglones arriba corre el riesgo de sonar irrisoria en unos años más. Seguir en la paralítica espera de que la situación cambie sin nuestra aportación no es sino mantener vigente el engaño que tanto se nos acomoda.
Podrá parecer iluso, hasta romántico para algunos, pero como sociedad hay mucho que se puede hacer para contrarrestar los males que nosotros mismos dejamos crecer. Desde sacudirnos la indolencia ante la muerte violenta en la comunidad y extirparnos la morbosa oda a la sangre que se expande en nuestra conciencia, hasta tener la voluntad de realizar una denuncia telefónica anónima (más sencillo no nos lo pueden poner). Son los pequeños actos individuales los que pueden hacer que el todo avance. Y sobre todas las cosas: no hacernos de la vista gorda ante las cosas malas que parecen buenas.
Mucho se ha hablado de los perjuicios que sufre México ante el grave problema del Narcotráfico. En ocasiones cometemos la estupidez de juzgar a la ligera y pensar que están peleando indios contra vaqueros. En otras nos creemos impotentes bajo el yugo de un problema con tintes extraterrestres e imposible solución. La realidad debe juzgarse en su justo medio, sin exageraciones ni condescendencia y reconociendonos como el punto de partida hacia el progreso como sociedad. Somos el agente principal de lo bueno y lo malo que nos pasa. Lo que hoy nos acecha está cimentado por nuestras añejas carencias como comunidad, aunado a factores externos, corrupción y demás. El pueblo mexicano ha sido víctima y culpable a la vez; cómplice tácito de los crímenes que hoy denuncia en voz alta.
Mazatlán, Sinaloa a 30 de Mayo de 2010.
Serie: MEXICO NARCO 2010 (3 de 3)
Thursday, June 03, 2010
Carta al Presidente de México, Felipe Calderon Hinojosa
Ayer miércoles junio 2 del 2010 recibí copia de esta carta.
Es una misiva dirigida al Presidente de México, Felipe Calderon Hinojosa.
Desafortunadamente, no puedo validar la autenticidad de la misma, más las palabras
expresas en este comunicado son de bien revisar y reflexionar sobre la vida diaria de los mexicanos y, especialmente, sobre cómo podemos ayudar a nuestro país, desde nuestra trinchera, desde nuestra labor diaria.
El Gobierno mexicano no lo puede todo, ni lo puede sólo. No obstante, no conozco una convocatoria del Gobierno hacia la sociedad civil que sea auténtica, congruente y moralmente legítima. No conozco que exista un diálogo honesto y transparente entre las fuerzas políticas, el sector privado y representantes de la sociedad civil. ¿Por dónde comenzamos?
Si el Gobierno mexicano no convoca ese diálogo o carece de la fuerza moral para hacerlo, ¿entonces por dónde comenzamos? Nos toca, en mucho, a nosotros mismos, a la sociedad civil.
Nos toca a nosotros entrar a romper el silencio y a convocar la unidad nacional, buscando nuestros puntos de acuerdos (por mínimos que sean estos) y partir de ahí.
Si criticar al Gobierno mexicano no ayuda, entonces además de criticar habrá que actuar para construir una mejor comunidad, una mejor ciudad, un mejor México. Pero habrá que hacerlo también con honestidad, con transparencia, y con la congruencia que exigimos lograr algo, algo mejor, ahora.
Aquí la carta:
C. FELIPE CALDERON HINOJOSA
PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LOS
ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
MEDIOS DE COMUNICACIÓN
RADIO Y TELEVISION
AMIGOS Y CONOCIDOS
Torreón; coah. a 30 de Mayo de 2010.
Alzo la voz y grito a los cuatro vientos; para hacer de su conocimiento que estoy pasando los peores días de mi vida. No doy crédito a lo que mis ojos ven, a lo que mis oídos escuchan, a lo que mi boca pronuncia; no doy crédito a lo que mis manos han dejado de hacer; al odio, resentimiento e impotencia que ha acumulado mi corazón.
Sobre todo a la impotencia que siento al no poder hacer nada, ante el miedo con el cual los laguneros vivimos, ver como la economía de la ciudad esta por los suelos, el como la juventud ha decidido esconderse en su casa, evitar todo tipo de diversiones fuera de ella, las calles vacías a partir de las nueve de la noche, restaurantes y bares cerrados, todo gracias a la ola de inseguridad por la cual pasamos.
Quiero invitarlo a usted y a su familia a pasar unos días en Torreón; a hospedarse en el Hotel Holiday Inn de Independencia; para que durante la madrugada escuche por mas de cuarenta minutos como policías y sicarios luchan por sus vidas; entre disparos, bazucasos y granadas.
Lo invito a dar un paseo por la ciudad; para que sus ojos presencien como en los semáforos; delincuentes a mano armada bajan a las personas de sus vehículos, y como los carros vecinos huyen del lugar, sin poder ayudar a las personas agredidas por el miedo.
Invito a su esposa; la Sra. Margarita a la próxima fiesta infantil de mis hijos, para que escuche las amenas platicas en las que más de diez asustadas mamas participan en cada mesa. El tema central es la inseguridad, se habla de cómo bajaron de su carro y golpearon a la tía de fulanita en plenas doce del día en el estacionamiento de un supermercado; de la cantidad imparable de balazos y los minutos eternos que pasaron escuchando por la noche en la última balacera; de cómo corrías a recoger a tus hijos después de recibir la noticia de que hay una manta colgada por el periférico que dice “que 5 niños de diferentes colegios de la ciudad serán secuestrados”; de las llamadas de extorsión que recibes a diario del secuestro de tu vecino.
A sus hijos los invito a participar en el último simulacro en el que mis hijos participaron en el colegio; se me hace un nudo en la garganta y no puedo evitar que las lágrimas se rueden por mis mejillas al recordar como mis hijos me contaban de lo que había tratado el simulacro….
De cómo su maestro cerraba con llave la puerta del salón y tapaba con papel la ventana de la misma; de como pecho tierra tenían que llegar hasta el closet del salón y esconderse rápidamente y sin hacer ruido, de cómo debían sentarse todos amontonados y tapar con sus manos sus ojos; mamá dijo mi hija de 6 años “estaba prohibido empujarse, también hacer ruido y destaparse los ojos, dos de mis compañeras se pusieron muy nerviosas y lloraban mucho, mi maestro las tuvo que abrazar y meterlas debajo del escritorio”.
Lo invito a mi casa; para que vea como mi hijo de 7 años corre todas las madrugadas a dormir a mi cama desde hace tres semanas; como llora recordando la plática de sus amigos hablando de pura delincuencia y balaceras, de cómo me dice “mamá, lo que se oye son balazos?”…..se me hace injusto, que mi hijo no tenga un sueño placentero; que viva con miedo y no hable de juegos….
Lo invito a caminar junto a mi esposo, del estacionamiento al trabajo y tener que correr en plenas 9:00 de la mañana por que policías y ladrones se dan de balazos a menos de 50 metros de donde esta el.
Lo invito a mi ciudad; para que vea como tres ciudades hermanas se separan por la ola de violencia, miles de personas con temor de ser asaltados, secuestrados, baleados, o incluso por temor a morir ya no van de una ciudad a otra.
Sr. Presidente; mientras usted y su gabinete andaban de jira por países europeos, intercambiando banderas; durante su visita a Estados Unidos; y sus reuniones y cenas de gala con el Presidente Barack Obama.
Torreón estaba de luto; los corazones de los laguneros estaban tristes…nueve madres recibían la noticia de la muerte de sus hijos; y mas de diez iban directo a la sala de urgencias de los diferentes hospitales de la ciudad…En la madrugada de ese día; durante la inauguración de un bar, tres camionetas llegaron a balear el lugar, sin importar que la mayoría de la gente que estaba en el lugar eran jóvenes inocentes y estudiantes modelos con una vida por delante y que en ese momento terminaba de tajo.
No es la primera vez que pasa; pues meses atrás pasamos por lo mismo; al recibir la noticia de lo sucedido en el Bar Ferri, donde otros tantos jóvenes y trabajadores del lugar, incluso transeúntes… perdieron la vida.
Alzo la voz y grito a los cuatro vientos, para que esto termine!!!
Alzo la voz y grito a los cuatro vientos; para pedir la paz!!!
Alzo la voz y grito a los cuatro vientos; para pedir a todos los Laguneros de las tres ciudades hermanas que no nos callemos y unamos nuestras voces hasta que usted nos escuche…
Sr. Presidente Felipe Calderón, en esta ocasión he hablado por mi, por mi sentir, por mi sufrimiento, pero estoy segura que miles de laguneros sienten y viven lo que yo. Por favor, escuche mi voz, escuche mi petición…..
Creo fielmente en lo que usted dijo durante la ceremonia de máximos honores militares a los 12 caudillos insurgentes y aplaudo sus palabras, por tales motivos las anexo a mi escrito:
México es un país soberano, libre y capaz de elegir su propio destino, así como una nación democrática en la que existen toda clase de opiniones.
"Existe libertad de opinar, de criticar, de sentir, libertad de organizarse para luchar por las ideas, libertad de elegir a los gobernantes y representantes".
Se cuenta, con un sistema político de peso y contrapeso que equilibra el ejercicio del poder y que es el antídoto más eficaz de las decisiones arbitrarias.
Son muchos y vivos los motivos por los que "nos sentimos orgullosos de ser mexicanos, orgullosos de nuestros héroes, de nuestras raíces y de nuestra historia".
"Nos ha tocado vivir en esta Patria independiente y tenemos el privilegio de vivir por ella, de luchar por ella, de engrandecerla, de protegerla, de construirla día con día, cada quien en su trabajo, en su escuela y en su servicio".
No permita que crea que sus palabras son parte solo de un discurso, y que mi carta sea una petición mas sin cumplir.
Sin más por el momento, le agradezco el tiempo que se tome en leerla, y espero tener suerte de poder hablar con usted
Dios lo bendiga a usted y su familia.
Atentamente.-
Yadira Cháirez García
Es una misiva dirigida al Presidente de México, Felipe Calderon Hinojosa.
Desafortunadamente, no puedo validar la autenticidad de la misma, más las palabras
expresas en este comunicado son de bien revisar y reflexionar sobre la vida diaria de los mexicanos y, especialmente, sobre cómo podemos ayudar a nuestro país, desde nuestra trinchera, desde nuestra labor diaria.
El Gobierno mexicano no lo puede todo, ni lo puede sólo. No obstante, no conozco una convocatoria del Gobierno hacia la sociedad civil que sea auténtica, congruente y moralmente legítima. No conozco que exista un diálogo honesto y transparente entre las fuerzas políticas, el sector privado y representantes de la sociedad civil. ¿Por dónde comenzamos?
Si el Gobierno mexicano no convoca ese diálogo o carece de la fuerza moral para hacerlo, ¿entonces por dónde comenzamos? Nos toca, en mucho, a nosotros mismos, a la sociedad civil.
Nos toca a nosotros entrar a romper el silencio y a convocar la unidad nacional, buscando nuestros puntos de acuerdos (por mínimos que sean estos) y partir de ahí.
Si criticar al Gobierno mexicano no ayuda, entonces además de criticar habrá que actuar para construir una mejor comunidad, una mejor ciudad, un mejor México. Pero habrá que hacerlo también con honestidad, con transparencia, y con la congruencia que exigimos lograr algo, algo mejor, ahora.
Aquí la carta:
C. FELIPE CALDERON HINOJOSA
PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LOS
ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
MEDIOS DE COMUNICACIÓN
RADIO Y TELEVISION
AMIGOS Y CONOCIDOS
Torreón; coah. a 30 de Mayo de 2010.
Alzo la voz y grito a los cuatro vientos; para hacer de su conocimiento que estoy pasando los peores días de mi vida. No doy crédito a lo que mis ojos ven, a lo que mis oídos escuchan, a lo que mi boca pronuncia; no doy crédito a lo que mis manos han dejado de hacer; al odio, resentimiento e impotencia que ha acumulado mi corazón.
Sobre todo a la impotencia que siento al no poder hacer nada, ante el miedo con el cual los laguneros vivimos, ver como la economía de la ciudad esta por los suelos, el como la juventud ha decidido esconderse en su casa, evitar todo tipo de diversiones fuera de ella, las calles vacías a partir de las nueve de la noche, restaurantes y bares cerrados, todo gracias a la ola de inseguridad por la cual pasamos.
Quiero invitarlo a usted y a su familia a pasar unos días en Torreón; a hospedarse en el Hotel Holiday Inn de Independencia; para que durante la madrugada escuche por mas de cuarenta minutos como policías y sicarios luchan por sus vidas; entre disparos, bazucasos y granadas.
Lo invito a dar un paseo por la ciudad; para que sus ojos presencien como en los semáforos; delincuentes a mano armada bajan a las personas de sus vehículos, y como los carros vecinos huyen del lugar, sin poder ayudar a las personas agredidas por el miedo.
Invito a su esposa; la Sra. Margarita a la próxima fiesta infantil de mis hijos, para que escuche las amenas platicas en las que más de diez asustadas mamas participan en cada mesa. El tema central es la inseguridad, se habla de cómo bajaron de su carro y golpearon a la tía de fulanita en plenas doce del día en el estacionamiento de un supermercado; de la cantidad imparable de balazos y los minutos eternos que pasaron escuchando por la noche en la última balacera; de cómo corrías a recoger a tus hijos después de recibir la noticia de que hay una manta colgada por el periférico que dice “que 5 niños de diferentes colegios de la ciudad serán secuestrados”; de las llamadas de extorsión que recibes a diario del secuestro de tu vecino.
A sus hijos los invito a participar en el último simulacro en el que mis hijos participaron en el colegio; se me hace un nudo en la garganta y no puedo evitar que las lágrimas se rueden por mis mejillas al recordar como mis hijos me contaban de lo que había tratado el simulacro….
De cómo su maestro cerraba con llave la puerta del salón y tapaba con papel la ventana de la misma; de como pecho tierra tenían que llegar hasta el closet del salón y esconderse rápidamente y sin hacer ruido, de cómo debían sentarse todos amontonados y tapar con sus manos sus ojos; mamá dijo mi hija de 6 años “estaba prohibido empujarse, también hacer ruido y destaparse los ojos, dos de mis compañeras se pusieron muy nerviosas y lloraban mucho, mi maestro las tuvo que abrazar y meterlas debajo del escritorio”.
Lo invito a mi casa; para que vea como mi hijo de 7 años corre todas las madrugadas a dormir a mi cama desde hace tres semanas; como llora recordando la plática de sus amigos hablando de pura delincuencia y balaceras, de cómo me dice “mamá, lo que se oye son balazos?”…..se me hace injusto, que mi hijo no tenga un sueño placentero; que viva con miedo y no hable de juegos….
Lo invito a caminar junto a mi esposo, del estacionamiento al trabajo y tener que correr en plenas 9:00 de la mañana por que policías y ladrones se dan de balazos a menos de 50 metros de donde esta el.
Lo invito a mi ciudad; para que vea como tres ciudades hermanas se separan por la ola de violencia, miles de personas con temor de ser asaltados, secuestrados, baleados, o incluso por temor a morir ya no van de una ciudad a otra.
Sr. Presidente; mientras usted y su gabinete andaban de jira por países europeos, intercambiando banderas; durante su visita a Estados Unidos; y sus reuniones y cenas de gala con el Presidente Barack Obama.
Torreón estaba de luto; los corazones de los laguneros estaban tristes…nueve madres recibían la noticia de la muerte de sus hijos; y mas de diez iban directo a la sala de urgencias de los diferentes hospitales de la ciudad…En la madrugada de ese día; durante la inauguración de un bar, tres camionetas llegaron a balear el lugar, sin importar que la mayoría de la gente que estaba en el lugar eran jóvenes inocentes y estudiantes modelos con una vida por delante y que en ese momento terminaba de tajo.
No es la primera vez que pasa; pues meses atrás pasamos por lo mismo; al recibir la noticia de lo sucedido en el Bar Ferri, donde otros tantos jóvenes y trabajadores del lugar, incluso transeúntes… perdieron la vida.
Alzo la voz y grito a los cuatro vientos, para que esto termine!!!
Alzo la voz y grito a los cuatro vientos; para pedir la paz!!!
Alzo la voz y grito a los cuatro vientos; para pedir a todos los Laguneros de las tres ciudades hermanas que no nos callemos y unamos nuestras voces hasta que usted nos escuche…
Sr. Presidente Felipe Calderón, en esta ocasión he hablado por mi, por mi sentir, por mi sufrimiento, pero estoy segura que miles de laguneros sienten y viven lo que yo. Por favor, escuche mi voz, escuche mi petición…..
Creo fielmente en lo que usted dijo durante la ceremonia de máximos honores militares a los 12 caudillos insurgentes y aplaudo sus palabras, por tales motivos las anexo a mi escrito:
México es un país soberano, libre y capaz de elegir su propio destino, así como una nación democrática en la que existen toda clase de opiniones.
"Existe libertad de opinar, de criticar, de sentir, libertad de organizarse para luchar por las ideas, libertad de elegir a los gobernantes y representantes".
Se cuenta, con un sistema político de peso y contrapeso que equilibra el ejercicio del poder y que es el antídoto más eficaz de las decisiones arbitrarias.
Son muchos y vivos los motivos por los que "nos sentimos orgullosos de ser mexicanos, orgullosos de nuestros héroes, de nuestras raíces y de nuestra historia".
"Nos ha tocado vivir en esta Patria independiente y tenemos el privilegio de vivir por ella, de luchar por ella, de engrandecerla, de protegerla, de construirla día con día, cada quien en su trabajo, en su escuela y en su servicio".
No permita que crea que sus palabras son parte solo de un discurso, y que mi carta sea una petición mas sin cumplir.
Sin más por el momento, le agradezco el tiempo que se tome en leerla, y espero tener suerte de poder hablar con usted
Dios lo bendiga a usted y su familia.
Atentamente.-
Yadira Cháirez García
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