Por Diana Páez.
Primer viaje a Nueva York. Decido enfrentar la ciudad con todos los sentidos. Tres días serían demasiado poco para conquistarla, así que me conformo con empaparme lo más posible de su abrumadora esencia. Nueva York se vive en varias dimensiones, como ninguna otra ciudad en la que he estado. Tengo que caminar mirando a todas partes: arriba, abajo, a los lados, al frente, atrás. Un torbellino de voces, sombras, olores, sonidos – y ruidos – me envuelve. Nueva York respira con trabajo.
Es una ciudad que empequeñece, me siento minúscula en un sitio donde todo es gigantesco y en el que todo toma grandes proporciones. La diversidad es sencillamente apasionante. ¿Será que esta ciudad representa a nuestro mundo en pequeño? Un microcosmos mezclado, explosivo, desordenado, ininteligible...o al menos para mí. Y en medio del barullo, algunas cosas llamaron mi atención.
La suave cadencia del saxofón en un rincón de Central Park, bajo un sol luminoso que anuncia una furiosa primavera. El virtuoso anónimo que con unos minutos de música puede transportarnos a sitios lejanos. El ir y venir de la gente en el metro, los miles de rostros que esconden pasados distintos que confluyen, al tiempo, en una misma ciudad. ¿El ombligo del mundo?
Por la noche las luces confunden, ahora me siento en la pantalla del cine, parte de una película surrealista que mezcla progreso y retroceso, historia y futurismo, seres terrestres y algunos un poco menos. Todos puntitos en el mapa urbano. Todos buscándonos en algún anuncio de pantalla gigantesca con matiz multicolor. Ciudad de encuentros y desencuentros. Quizás incluso un poco más de estos últimos.
La mañana siguiente, el acelerado ritmo del devenir urbano continúa. No es buena idea detenerse en plena acera, bajo el riesgo de ser, literalmente, atropellado por una marea humana que se precipita hacia alguna parte... o hacia ninguna parte. Espero en una esquina cercana al Empire State. Transcurren larguísimos minutos viendo pasar – y esquivando – a la gente.
Escucho un ruido como de pájaro, miro hacia arriba tratando de ubicar al ave...sin éxito. Lo escucho de nuevo. De pronto me doy cuenta de que no se trata de un ave. Frente a mí pasa lentamente un hombre delgado, con una gorra negra que ostenta cuatro coloridas plumas de pájaro pegadas a los lados y una brillante imagen de la Virgen de Guadalupe remendada en la parte trasera de la gorra. Pasa haciendo ese ruido de pájaro imposible, y balbuceando cosas que nadie entiende. La gente lo mira, alguno se ríe. Él camina sin rumbo, único habitante de su mundo imaginario, quizás mejor que el de nosotros... que nos consideramos normales.
La autora posee un Master en Prospectiva Internacional por la Universidad de París V y actualmente trabaja en la Oficina del TLCAN de la Embajada de México en Washington, DC. Comentarios: paezguajardo@gmail.com .
Es una ciudad que empequeñece, me siento minúscula en un sitio donde todo es gigantesco y en el que todo toma grandes proporciones. La diversidad es sencillamente apasionante. ¿Será que esta ciudad representa a nuestro mundo en pequeño? Un microcosmos mezclado, explosivo, desordenado, ininteligible...o al menos para mí. Y en medio del barullo, algunas cosas llamaron mi atención.
La suave cadencia del saxofón en un rincón de Central Park, bajo un sol luminoso que anuncia una furiosa primavera. El virtuoso anónimo que con unos minutos de música puede transportarnos a sitios lejanos. El ir y venir de la gente en el metro, los miles de rostros que esconden pasados distintos que confluyen, al tiempo, en una misma ciudad. ¿El ombligo del mundo?
Por la noche las luces confunden, ahora me siento en la pantalla del cine, parte de una película surrealista que mezcla progreso y retroceso, historia y futurismo, seres terrestres y algunos un poco menos. Todos puntitos en el mapa urbano. Todos buscándonos en algún anuncio de pantalla gigantesca con matiz multicolor. Ciudad de encuentros y desencuentros. Quizás incluso un poco más de estos últimos.
La mañana siguiente, el acelerado ritmo del devenir urbano continúa. No es buena idea detenerse en plena acera, bajo el riesgo de ser, literalmente, atropellado por una marea humana que se precipita hacia alguna parte... o hacia ninguna parte. Espero en una esquina cercana al Empire State. Transcurren larguísimos minutos viendo pasar – y esquivando – a la gente.
Escucho un ruido como de pájaro, miro hacia arriba tratando de ubicar al ave...sin éxito. Lo escucho de nuevo. De pronto me doy cuenta de que no se trata de un ave. Frente a mí pasa lentamente un hombre delgado, con una gorra negra que ostenta cuatro coloridas plumas de pájaro pegadas a los lados y una brillante imagen de la Virgen de Guadalupe remendada en la parte trasera de la gorra. Pasa haciendo ese ruido de pájaro imposible, y balbuceando cosas que nadie entiende. La gente lo mira, alguno se ríe. Él camina sin rumbo, único habitante de su mundo imaginario, quizás mejor que el de nosotros... que nos consideramos normales.
La autora posee un Master en Prospectiva Internacional por la Universidad de París V y actualmente trabaja en la Oficina del TLCAN de la Embajada de México en Washington, DC. Comentarios: paezguajardo@gmail.com .
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