Tuesday, May 17, 2005

Hay que acallar a las clases sociales peligrosas

Por Pavel Luengas


“son como unos pajaritos en los nidos a quienes no les han crecido las alas ni crecerán para saber por sí volar”
Protector religioso de indígenas en la Nueva España haciendo referencia al grupo social bajo su tutela. S.XVI

Vivimos presos de nuestra clase política. En los primeros meses de este año presenciamos su burdo intento de crear una “democracia tutelada” y negarle a un porcentaje importante de los electores la oportunidad de elegir a su “Mesías esperado”, el único capaz de acabar con los problemas que aquejan al país. Además, seguimos a merced de sus trivialidades y frivolidad, sucedáneos del trabajo que se requiere de su parte para lograr que México salga de su letargo inducido. Entre difamaciones, escupitajos, corrupción, auto-atentados e impunidad se ha perdido un sexenio más de oportunidades, ya no sólo para capitalizar en desarrollo económico y abatimiento de inequidad el periodo de estabilidad macroeconómica que ha vivido el país, sino para frenar el alarmante deterioro de nuestra competitividad con relación a otras naciones, muchas de ellas competidoras directas de la nuestra. El que haya terminado, aparentemente, el teatro político del desafuero no resolverá estos problemas.

Los participantes de la marcha “silenciosa” tuvieron por lo menos dos motivaciones para asistir a ésta. Quizás no se pueda hablar de dos reclamos claramente diferenciados ya que no son excluyentes, pero indiscutiblemente el destinatario es el mismo: nuestra clase política. Entre acarreados y auténticos convencidos marcharon aquellos que prefieren las posturas a escuchar argumentos y que son más fáciles de impresionar que de convencer. Ellos salieron a expresar un apoyo incondicional que será tan efímero como la esperanza que despertaba nuestro actual presidente, autoproclamado estandarte del inicio de la democracia en nuestro país, poco después de su triunfo en julio del 2000. Por otro lado, marcharon los que tienen la esperanza de que los neo-defensores del estado de derecho no destruyan aquello que tomó décadas de trabajo y un arduo proceso en el que se modificó notablemente el marco institucional de nuestro país: la confianza de la población en los comicios electorales. Además esperan que ahora, que nadie está por encima de la ley y que no existe falla menor, se persiga con la misma intensidad a aquellos que viven en la impunidad por delitos todavía más indignantes y legalmente serios que una ya de por sí grave falta: la violación al derecho de amparo. Este último grupo salió convencido de la importancia de un acto masivo de repudio, sin importar el no estar completamente de acuerdo con el “plan alternativo de nación” de quien encabezó y capitalizó esta protesta.

Los convencidos de que Andrés Manuel López Obrador puede por sí solo resolver los problemas del país son denostados porque, según nuestros políticos, carecen de la “madurez” para elegir responsablemente a sus líderes en este concurso de popularidad en el que todos nosotros hemos convertido a nuestra democracia. Nuestra clase política entiende además que dejarlos elegir al peligroso populista, al “necio que es necesario remover”, acarrearía consecuencias funestas al país. Por esta razón había que acallarlos empleando todos los medios disponibles. Pocas veces se había presenciado tanto empeño de su parte en un asunto político disfrazado como la afrenta más seria que haya sufrido jamás su maltrecho concepto de “estado de derecho”. Tristemente, este último fue uno de los grandes perdedores de esta tragicomedia.

Pero, ¿son ellos culpables de no entender que las promesas de AMLO difícilmente se materializaran sin proyectos concretos que las soporten y sin un trabajo concertado entre todos los grupos políticos que de viabilidad al cumplimiento de las mismas? Y de serlo, ¿se les puede negar el derecho a equivocarse cuando al mismo tiempo se les vende como panacea de todos sus problemas a la tan mentada democracia y se les pasa su onerosa factura? Si consideramos algunos de sus costos, como los más de $600,000 pesos que se presupuestan al mes por diputado federal y los cerca de 5 mil 800 millones de pesos presupuestados para el IFE en el 2004 (esta cifra es cercana al doble en año electoral) es de entender la indignación de la gente al sentir arrebatado lo que es su derecho legítimo.

Los acontecimientos de la semana pasada, aquel destello del potencial de estadista de nuestro de nuestro empequeñecido presidente y el hecho de que la PGR declarara que no procederá legalmente en contra de Andrés Manuel, definitivamente no resolverán los reclamos de aquellos que marcharon ese domingo 24 de abril.

No hay proyecto alguno que pueda sacar a este país de su letanía sin contar con la participación activa de todas sus fuerzas políticas. México no va a salir adelante si en las elecciones del 2006 triunfa Andrés Manuel, el PAN, el PRI o cualquiera. México saldrá adelante si a partir de ese tan esperado proceso electoral se dedican a gobernar TODOS los partidos políticos. No es relevante saber quien ganará, lo importante es saber si a pesar de esto todos los involucrados asumirán su responsabilidad de trabajar y los costos políticos de negociar e implantar soluciones de fondo a los problemas del país.

No se trata de izquierdas o derechas, se trata de que todos estemos representados y seamos gobernados, en sus distintos niveles, por aquellos respaldados por nuestro sufragio. Ejemplificando este punto a nivel estatal, cabe mencionar que recientemente en Guerrero ganó la gubernatura un candidato del PRD, después de un ininterrumpido, y en ocasiones sangriento, gobierno del PRI. Su perfil es empresarial, prefiere negociar con empresarios para el desarrollo de su estado a participar en marchas contra el desafuero y demostró un muy buen trabajo como presidente municipal de Acapulco. Al norte del país, en Nuevo León, después de un sexenio panista que dejó insatisfechos a los neoleoneses y al resto de la población nos dejó un Secretario de Economía que brilla por su incompetencia, el PRI retomó la gubernatura en las elecciones de 2003 con un líder carismático, y en apariencia capaz, que difícilmente repetirá el mal papel que desempeño anteriormente su símil Sócrates Rizzo. Las políticas económicas no son de izquierda o derecha, simplemente son buenas políticas y creo que ambos gobernantes responderán con ellas a los problemas de sus estados.

El panorama a nivel federal es desalentador, y es aquí en donde los reclamos planteados quedarán sin respuesta. Pocas veces se había presenciado una carrera electoral que destacara tanto por su encono. Se trata de una lucha de supervivencia, pareciera que el ganador fuera a “comerse” al resto de sus competidores. Así las condiciones están dadas para por lo menos un sexenio más de parálisis. No habrá un partido que logre mayoría en el Congreso, y mucho menos alguno dispuesto a negociar las reformas tanto tiempo postergadas. Aquellos que apoyan ahora a Andrés Manuel vivirán una desilusión tan o más severa que aquella que aqueja a los que esperaban cambios substanciales después de la salida del PRI de los Pinos. Peor aún para ellos, ¿estamos seguros de ver a AMLO en las boletas electorales? La percepción de invulnerabilidad y frustración que ha generado en sus enemigos puede llevarlos a tomar decisiones cada vez más radicales... No sería la primera vez que esto ocurre en nuestro país.

Mientras tanto, sin temor a equivocarnos, podríamos aseverar que sufriremos otros seis años entre difamaciones, corrupción e impunidad (dudo que alguien repita la puntada del auto – atentado, pero seguramente algo espectacular habrá que esperar). Nuestros anhelos de desarrollo económico, equidad y un mejor nivel de vida para nuestras familias y compatriotas seguirán siendo acallados por el barullo de chismes políticos, confrontaciones y llamados a romper el “diálogo” entre las fuerzas políticas. No habrá buenas políticas económicas ni las reformas que puedan hacer frente a los graves problemas que le estallarán al próximo presidente; al contrario seguiremos percibiendo el ir y venir de propuestas contingentes, muchas veces mal hechas como la del voto en el extranjero, que serán rechazadas o aprobadas para su posterior modificación o derogación.

Somos clases sociales peligrosas, no hay otra manera de justificar tanta incompetencia y dolo por parte de los que deberían representarnos. La solución no se encuentra en las marchas, ya que si bien logran desalentar a algunos necios, no lograrán terminar con la irresponsabilidad y la impunidad que lleva a nuestros legisladores a evitar el trabajo serio que requerimos de ellos. Vivimos y viviremos presos de nuestra clase política, ¿hasta cuando?



El autor es Licenciado en Economía por el ITESM y actualmente trabaja como asistente de investigación en la Unidad de Pobreza y Desigualdad del BID. Comentarios: pavell@iadb.org

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