Sunday, September 18, 2005

Nuestras dos torres

Por Nizaleb Corzo Zepeda.


En junio del año pasado visité Nueva York. Regresaba de un curso en la escuela de gobierno de Harvard. Después de cuatro horas de viaje desde Boston, lo primero que hicimos mi esposa y yo fue recorrer la zona cero, donde hasta el 11 de septiembre de 2001 se levantaban majestuosamente las torres gemelas, figuras de la fortaleza financiera estadounidense.

Casualmente, el día de mi visita colocaban la primera piedra de lo que será un parque en memoria de los casi 2 mil 800 fallecidos por los sendos impactos contra los edificios. Esa primera piedra contiene los nombres de las víctimas, en su mayoría latinos. Confieso que sentí rabia por ello. Debido a la temprana hora de los ataques, murieron muchos afanadores, mecánicos y cocineros inmigrantes que han buscado en el norte de nuestro continente mejores oportunidades de vida.

Después de tomar algunas fotografías alrededor del área y de presenciar el evento, subimos al metro. A tres años del suceso que cambió la visión de seguridad que representaban los Estados Unidos para el mundo occidental, la ciudad aún respira terror. En todo nuestro recorrido hasta Central Park, nunca se dejó de escuchar una cinta que recordaba a los usuarios del tren subterráneo la necesidad de reportar inmediatamente cualquier acto sospechoso. También se indicaba que en caso de hallar algún objeto olvidado, antes de denunciarlo, debía uno bajar del vagón en la siguiente estación. Tan sólo oír eso provocaba querer salir lo más pronto posible hacia algún sitio más seguro, la “gran manzana” pareciera no serlo.

La destrucción de las torres gemelas perturbó la confianza de los habitantes de una ciudad que es considerada como el centro de muchas actividades del primer mundo. Nueva York es vulnerable. En la mente de los citadinos queda claro que viven en un polvorín. Tomaron fuerza nuevamente aquellas palabras de Orson Wells en la película de Las Profecías de Nostradamus, cuando señala que “la nueva ciudad” sería el principal blanco de los ataques de una guerra iniciada desde el Medio Oriente que terminaría con la humanidad.

Casi cuatro años después de esa catástrofe, Estados Unidos ha sido atacado por la naturaleza. El huracán Katrina destruyó una región norteamericana rica en historia y comercio. También es cierto que es uno de los estados más pobres de la Unión Americana. Las escenas de la devastación han sido comparadas con las de otros países de Asia y África. El poderoso aparato nacional ha sido, hasta el momento, incapaz de responder con eficacia. Reina en esa zona la anarquía, el racismo, la insalubridad y muchos otros factores que parecían erradicados en un sistema estatal moderno

Paradójicamente, sin la sombra del terrorismo, pero sí con las mismas amenazas naturales, México corre el riesgo de perder sus dos torres: petróleo y democracia, pilares del Estado mexicano.

El primero ha sido desaprovechado durante los últimos veinte años; ha servido más para mantener un aparato gubernamental costoso e ineficiente, despreocupado por el fortalecimiento de uno de sus principales generadores de recursos. La radicalizada discusión por los cambios estructurales necesarios para la transformación de ese sector ha diezmado la productividad de la paraestatal. Una nueva crisis energética se avecina –la peor de todas de acuerdo con los analistas-. México debe estar preparado para ello. Sin el acuerdo de las fuerzas políticas seguramente llegaremos sin los instrumentos adecuados para enfrentarla.

Por otro lado, la incipiente democracia mexicana se someterá a una dura prueba el próximo año. El triunfo del PAN en el 2000 dio aliento a la ciudadanía para expresar su voz a través de medios pacíficos. El Instituto Federal Electoral ha mostrado ser una de las instituciones de mayor confianza para la población. No obstante, hacer eficientes los procesos electorales no es la panacea de la democracia, su consolidación incluye otros asuntos. Entre los más importantes se encuentran los partidos políticos, que, a decir de las sociedades latinoamericanas, son las organizaciones menos confiables según las últimas encuestas. De acuerdo con el doctor Manuel Alcántara Sáez de la Universidad de Salamanca, la madurez de la política electoral ha traído consigo el surgimiento de situaciones en las que los partidos se encuentran en contextos de naturaleza compleja. Es importante considerar temas como el financiamiento de la política, la democracia interna de los partidos, la profesionalización de los políticos, así como la relación entre el partido, el grupo parlamentario y, en su caso, el partido en el gobierno. Elementos que aunque parecen aislados, tienen una gran interdependencia y afectan el proceso de consolidación democrático.

La sociedad mexicana también ha enfrentado retos como los que conmovieron actualmente a los vecinos del norte. Las acciones en torno al terremoto de la ciudad de México en 1985 mostraron el alto grado de cohesión de la sociedad civil ante un gobierno poco diestro en el manejo de desastres. El gran aparato respondió también lentamente a las urgentes demandas sociales posteriores. Por otro lado, otros factores deterioran la confianza en las instituciones. El narcotráfico, por ejemplo, actualmente domina parte de nuestro territorio.

El terror que impera en la vida de nuestra ciudadanía debe ser controlado. Nuestras estructuras se muestran endebles, es urgente poner en marcha un proceso de fortalecimiento organizado para que nuestro país pueda resistir posibles embates económicos y naturales.




El autor es financiero; actualmente trabaja en aspectos sociales de Petróleos Mexicanos y estudia la maestría en Políticas Públicas del Tecnológico de Monterrey , Campus Ciudad de México. Comentarios:
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