Por Samuel Peña Guzmán.
El 11 de septiembre comenzó como cualquier otro día. Me dispuse temprano a dirigirme a mi oficina de trabajo; una oficina de abogados localizada en la esquina de la calle 17 y la calle I, a solo dos cuadras de la Casa Blanca (1600, Pennsylvania Avenue) todo parecía otro día de rutina. Como usualmente lo hacía, llegaba, me preparaba un café y me disponía a leer mis correos electrónicos. De pronto recibí una llamada de una amiga que me comentaba sobre los acontecimientos en las torres del World Trade Center en la ciudad de Nueva Cork. Mientras comentábamos vía telefónica la noticia, consultaba la página de internet de la cadena televisiva estadounidense CNN, en donde observaba detenidamente lo que acontecía en Nueva York. Posteriormente tuve que colgar la llamada con mi amiga, ya que entraron otras llamadas de las oficinas filiales donde laboraba en el extranjero, preguntándonos cómo nos encontrábamos. Aún no había tenido oportunidad de ver la televisión en medio de las comunicaciones telefónicas, de pronto comenzaron a sonar las alarmas del edificio, simultáneamente. A través de los altavoces nos solicitaban la evacuación inmediata del edificio. Realicé una última llamada a mi jefa de la oficina y abandoné el edificio. Hasta ese momento aún no me enteraba del ataque al Pentágono en Arlington, Virginia.
Al salir, en la calle, me llevé una gran sorpresa. La gente corría por las calles y me tocó observar a muchos agentes del servicio secreto con sus armas fuera de sus “fundas” o porta pistolas. Observé a la gente corriendo y/o caminando muy rápido a distintas direcciones, la mayoría hablando por sus teléfonos celulares. Recibí una llamada de un amigo a mi teléfono celular en donde me comentó sobre el tercer avión que se había estrellado sobre el Pentágono. Me habló sobre posibles coches bombas alrededor de la Casa Blanca y el departamento de estado, sugiriéndome que abandonara el lugar en cuanto antes.
Irónicamente, comenzaron a circular aviones militares sobre el cielo de Washington, D.C. Sin embargo, en virtud de que la gente estaba enterada de lo que sucedía, esperábamos lo peor. El ambiente era tenso y se había generado un pequeño caos y un ambiente de alarma, ya que las sirenas de los edificios de alrededor se encontraban sonando. La sirena de los camiones de bomberos y patrullas de policía también lo hacían y se dirigían hacia el Pentágono. La gente que trabajaba en lo que le llaman el “downtown” de Washington, D.C, se encontraba afuera y caminando hacia sus domicilios; los servicios del metro fueron suspendidos y los taxis hacían su “agosto”. Fue hasta más tarde cuando observé por televisión con detenimiento lo que había sucedido.
Las clases, igualmente habían sido suspendidas en la Universidad donde asistía diariamente por las noches a realizar mis estudios de postgrado, localizada a escasas 6 cuadras de la Casa Blanca. Mi día terminó recibiendo llamadas de México, dando explicaciones y dando aviso que me encontraba bien, gracias a Dios.
Las labores y las clases se restablecieron un par de días después. El tema central fueron obviamente los ataques terroristas. La universidad, para un servidor así como para muchos de mis compañeros, fueron excelentes “foros” para debatir y compartir ideas y puntos de vista sobre dichos acontecimientos. Fue sorprendente conocer las opiniones de mis compañeros estadounidenses quienes se cuestionaban por qué habían sido atacados. Muchos norteamericanos tienen poco conocimiento de la política exterior de su país y analizaban los acontecimientos desde un punto de vista basado en la ignorancia, es decir, se cuestionaban por qué habían sido atacados, cuando ellos argumentaban que no habían atacado a nadie. Estas explicaciones serían comprensibles si vinieran de personas que no conocen la historia estadounidense. Sin embargo, lo más sorprendente de todo, es que la misma administración Bush argumentaba la misma causal. Los debates en las aulas universitarias eran intensos. Para un servidor fue interesante observar cómo los ataques terroristas habían unido al pueblo norteamericano. Inclusive la bandera estadounidense se convirtió en un símbolo de unión entre sus ciudadanos, no sólo en los Estados Unidos, sino alrededor del mundo.
Como reflexión, cualquier persona que quisiera conocer o comprender las causas o los por qués del 11 de Septiembre del 2001, sería suficiente con analizar el curso de la historia y política de los Estados Unidos en el Medio Oriente. Ésta habla por sí sola. La retórica de los gobiernos estadounidenses de apoyo a la opresión de los pueblos palestinos, aunado al apoyo incondicional al Estado de Israel, amén de mencionar la presencia de tropas norteamericanas en los territorios de Arabia Saudita, colocó a los Estados Unidos en una posición contraria a las aspiraciones del pueblo árabe.
Mientras el gobierno de Washington continúe apoyando las políticas de Israel, de obstaculizar la creación de un estado palestino libre y soberano, nunca se podrá alcanzar una paz en Medio Oriente, minando cualquier esfuerzo que se tenga en la materia.
Estas razones de tipo reaccionarias, aunada a muchas otras, como los bombardeos a Líbano y a Libia alrededor de hace 20 años, y el apoyo a Irak en su guerra contra Irán, considero son razones suficientes para entender el por qué fueron atacados de esa manera.
Sin duda, los hechos son inaceptables y reprobables en toda la extensión de la palabra. Sin embargo, no obstante de condenarlo y aunado al fuerte golpe que se le dio al gobierno y al pueblo estadounidense, el orgullo de la administración Bush, fue más allá de los acontecimientos. Los ataques terroristas del 11 de septiembre fueron los ingredientes “perfectos” para legitimizar y enfrascar a los Estados Unidos en una guerra contra el terrorismo rodeada de intereses económicos y políticos ficticios.
Como parte de sus políticas públicas dentro del "marco" en la guerra contra el terrorismo, el gobierno estadounidense ha disminuido y en algunos casos eliminado los garantías individuales consagradas en su Constitución Política, así como también se han visto afectado los derechos de los extranjeros provenientes de ciertos países. En algunos casos se ha detenido a un sinnúmero de extranjeros y de ciudadanos estadounidenses que han sido tratados como "prisioneros de guerra". Se les ha negado el acceso a sus respectivas audiencias y asistencia legal mediante el uso de sus abogados, argumentando la seguridad nacional. Esto sin duda me recuerda el viejo proverbio chino, "el fin justifica los medios".
Para nadie es un secreto que la invasión norteamericana a Irak, en principio estuvo basada en el temor de que el régimen de Saddam Hussein escondía armas de destrucción masiva. Ni los inspectores de las Naciones Unidas ni las propias tropas invasoras encontraron tal evidencia. El Presidente Bush y el Vicepresidente Chenney, en una más de sus mentiras, argumentaron una supuesta conexión entre el extinto régimen de Saddam Hussein y el grupo terrorista Al-Qaeda, autor de los ataques del 11 de septiembre. Nunca se presentaron pruebas existenciales e inclusive, el propio ex Secretario de Estado Collin Powell, admitió dicho error. Considero, en lo personal, que la Administración Bush tenía ya intereses muy precisos. La cruzada contra el terrorismo sólo sirvió como mercadotecnia política para justificar las intervenciones militares en Irak y Afganistán. La política exterior de la actual administración no ha hecho otra cosa más que engrandecer el odio hacia grandes sectores, religiones y pobladores del Medio Oriente, creando una reacción hostil hacia sus políticas y gobierno. El apoyo mundial recibido posterior a los ataques del 11 de Septiembre fue tirado a la borda con las políticas hegemónicas que ha traído la actual administración. La política bélica que ha caracterizado al Presidente W. Bush, impulsada principalmente por intereses económicos de algunos miembros de su administración, sólo servirá para crear una perspectiva que pudiera traer consecuencias aún mayores a las vividas aquel 11 de Septiembre. Conforme recuerdo ese día, considero es lamentable que el gobierno estadounidense no haya aprendido la lección. Esperemos nunca volver a ver un ataque terrorista como el del 11 de Septiembre del 2001, el cual difícilmente olvidaremos.
El autor es Coordinador de Inversión Extranjera en el estado de Nuevo León. Comentarios: samuel.pena@nl.gob.mx
Sunday, September 18, 2005
11 de septiembre: 4 años después, una historia y reflexión
¿Dónde quedó el informe?
Desde que México se constituyó en una República en 1824 con José Auducto Félix Fernández y Araujo, mejor conocido como Guadalupe Victoria, era costumbre que el mandatario rindiera un informe de actividades, logros y avances de su gobierno, con cifras, datos, lugares, fechas, costos, etc.
Estos informes, al paso del tiempo, fueron modificando su formato y su esquema, pero jamás sin dejar de dar los avances logrados. Ya entrado el siglo XX, con el periodo de la revolución y guerras, como la cristera y demás revueltas, los presidentes le dieron más formalidad y connotación al informe, es decir, en varias ocasiones hubo momentos en que Echeverría duró hasta 7 horas informando los avances del país, actitud que es completamente obsoleta e inútil. Bastaba con dar un buen resumen de las actividades, pero al fin y al cabo se informaba al pueblo sobre lo logrado.
Hubo otros informes donde el mandatario siempre fue repelido por la oposición en el Congreso de la Unión, cuestión muy democrática si así se quiere ver, pero también muy retrógrada, petulante e incivilizada, pero al fin y al cabo, para eso son los parlamentos.
Pero ahora veamos el pírrico, ruin y miserable V Informe de Gobierno de Vicente Fox.
El presidente no informó absolutamente nada de lo que ha hecho en este año de gobierno, aunque no se cree que tenga mucho que informar, pero omitir una responsabilidad tan importante para la nación es similar a dejar de gobernar un pueblo. En pocas palabras tenemos 10 meses sin presidente al frente del país. Además para este caso, mejor se hubiera evitado la pena de hacer el ridículo una vez más frente a toda la nación y mandar su escrito por mensajería.
Pero analizando las palabras que dijo, no dejó de repetir dos, en todo su texto: democracia y cambio. Por 27 ocasiones repitió DEMOCRACIA cuando México es un país carente de ella. Lo que a lo mejor el señor se imagina es que democracia significa cambiar de personas en un gobierno, hacer un seguro médico muy ineficiente, dar prestamitos para una vivienda indigna (por las condiciones en que viven) y que gobierne su mujer. Seguramente para él esto significa cambio y democracia. Lo que no sabe es que la “democracia” es un proceso que abarca muchísimas cosas más de las que según él ha podido lograr y que México no las tiene.
Frente al argumento de que le quiso dar un nuevo formato al informe, lo que resulta completamente obsoleto, los ciudadanos deben exigir que el mandatario informe de frente a la nación y no mediante spots de radio y televisión promocionando su imagen, esto con el propósito de remediar su ineptitud, sus errores y sus deficiencias mediante la mercadotecnia, la tecnología y la publicidad. Este señor debe comprender que la presidencia no es la fábrica de coca-colas que alguna vez dirigió, debe comprender que México no es un país de analfabetas y retrógradas como él cree que es, y por último debe estar consciente que en un país como el nuestro, no es para practicar y jugar. Un país como el nuestro es para dirigirse con seriedad, con firmeza, con proyecto y con conocimiento.
Lamento mucho que el pueblo de México esté pagando ahora las consecuencias de haber votado por un gerente de refrescos. Ojalá que ahora el pueblo no vuelva a caer en la misma trampa de votar por la mercadotecnia.
Rafael Martínez Medina, autor de El Enigma de Colosio, es estudiante de la Licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana Comentarios: letraz@hotmail.com
Nuestras dos torres
En junio del año pasado visité Nueva York. Regresaba de un curso en la escuela de gobierno de Harvard. Después de cuatro horas de viaje desde Boston, lo primero que hicimos mi esposa y yo fue recorrer la zona cero, donde hasta el 11 de septiembre de 2001 se levantaban majestuosamente las torres gemelas, figuras de la fortaleza financiera estadounidense.
Casualmente, el día de mi visita colocaban la primera piedra de lo que será un parque en memoria de los casi 2 mil 800 fallecidos por los sendos impactos contra los edificios. Esa primera piedra contiene los nombres de las víctimas, en su mayoría latinos. Confieso que sentí rabia por ello. Debido a la temprana hora de los ataques, murieron muchos afanadores, mecánicos y cocineros inmigrantes que han buscado en el norte de nuestro continente mejores oportunidades de vida.
Después de tomar algunas fotografías alrededor del área y de presenciar el evento, subimos al metro. A tres años del suceso que cambió la visión de seguridad que representaban los Estados Unidos para el mundo occidental, la ciudad aún respira terror. En todo nuestro recorrido hasta Central Park, nunca se dejó de escuchar una cinta que recordaba a los usuarios del tren subterráneo la necesidad de reportar inmediatamente cualquier acto sospechoso. También se indicaba que en caso de hallar algún objeto olvidado, antes de denunciarlo, debía uno bajar del vagón en la siguiente estación. Tan sólo oír eso provocaba querer salir lo más pronto posible hacia algún sitio más seguro, la “gran manzana” pareciera no serlo.
La destrucción de las torres gemelas perturbó la confianza de los habitantes de una ciudad que es considerada como el centro de muchas actividades del primer mundo. Nueva York es vulnerable. En la mente de los citadinos queda claro que viven en un polvorín. Tomaron fuerza nuevamente aquellas palabras de Orson Wells en la película de Las Profecías de Nostradamus, cuando señala que “la nueva ciudad” sería el principal blanco de los ataques de una guerra iniciada desde el Medio Oriente que terminaría con la humanidad.
Casi cuatro años después de esa catástrofe, Estados Unidos ha sido atacado por la naturaleza. El huracán Katrina destruyó una región norteamericana rica en historia y comercio. También es cierto que es uno de los estados más pobres de la Unión Americana. Las escenas de la devastación han sido comparadas con las de otros países de Asia y África. El poderoso aparato nacional ha sido, hasta el momento, incapaz de responder con eficacia. Reina en esa zona la anarquía, el racismo, la insalubridad y muchos otros factores que parecían erradicados en un sistema estatal moderno
Paradójicamente, sin la sombra del terrorismo, pero sí con las mismas amenazas naturales, México corre el riesgo de perder sus dos torres: petróleo y democracia, pilares del Estado mexicano.
El primero ha sido desaprovechado durante los últimos veinte años; ha servido más para mantener un aparato gubernamental costoso e ineficiente, despreocupado por el fortalecimiento de uno de sus principales generadores de recursos. La radicalizada discusión por los cambios estructurales necesarios para la transformación de ese sector ha diezmado la productividad de la paraestatal. Una nueva crisis energética se avecina –la peor de todas de acuerdo con los analistas-. México debe estar preparado para ello. Sin el acuerdo de las fuerzas políticas seguramente llegaremos sin los instrumentos adecuados para enfrentarla.
Por otro lado, la incipiente democracia mexicana se someterá a una dura prueba el próximo año. El triunfo del PAN en el 2000 dio aliento a la ciudadanía para expresar su voz a través de medios pacíficos. El Instituto Federal Electoral ha mostrado ser una de las instituciones de mayor confianza para la población. No obstante, hacer eficientes los procesos electorales no es la panacea de la democracia, su consolidación incluye otros asuntos. Entre los más importantes se encuentran los partidos políticos, que, a decir de las sociedades latinoamericanas, son las organizaciones menos confiables según las últimas encuestas. De acuerdo con el doctor Manuel Alcántara Sáez de la Universidad de Salamanca, la madurez de la política electoral ha traído consigo el surgimiento de situaciones en las que los partidos se encuentran en contextos de naturaleza compleja. Es importante considerar temas como el financiamiento de la política, la democracia interna de los partidos, la profesionalización de los políticos, así como la relación entre el partido, el grupo parlamentario y, en su caso, el partido en el gobierno. Elementos que aunque parecen aislados, tienen una gran interdependencia y afectan el proceso de consolidación democrático.
La sociedad mexicana también ha enfrentado retos como los que conmovieron actualmente a los vecinos del norte. Las acciones en torno al terremoto de la ciudad de México en 1985 mostraron el alto grado de cohesión de la sociedad civil ante un gobierno poco diestro en el manejo de desastres. El gran aparato respondió también lentamente a las urgentes demandas sociales posteriores. Por otro lado, otros factores deterioran la confianza en las instituciones. El narcotráfico, por ejemplo, actualmente domina parte de nuestro territorio.
El terror que impera en la vida de nuestra ciudadanía debe ser controlado. Nuestras estructuras se muestran endebles, es urgente poner en marcha un proceso de fortalecimiento organizado para que nuestro país pueda resistir posibles embates económicos y naturales.
El autor es financiero; actualmente trabaja en aspectos sociales de Petróleos Mexicanos y estudia la maestría en Políticas Públicas del Tecnológico de Monterrey , Campus Ciudad de México. Comentarios: ncorzozepeda@yahoo.com.mx
Nuestros Tiempos
Nuevo Orleáns, Mississippi y Alabama
Por Ernesto Castañeda.
Lo que parecía ser un huracán más de aquellos que tiran árboles, inundan calles y destruyen casas afectando a unos pocos que después de unos años reconstruyen hoteles, casas y chozas, se convirtió en un evento que hundió a toda una ciudad y sus alrededores. A pesar de que muchos expertos predecían un fenómeno similar, la tragedia real superó a los mecanismos de prevención y emergencia. La locación de miembros del ejército, marina y guardia nacional en Irak y Afganistán dificultó las complicadas maniobras de rescate con balsas y helicópteros.
Sin embargo, lo más triste, independientemente del fenómeno natural en esta parte del Golfo “de México”, ha sido la prevalerte pobreza en Estados Unidos, la inequidad racial y el trato diferencial que este fenómeno ha revelado a propios y extraños. Como siempre, los que en proporción perdieron más en las inundaciones son los más pobres. Sin embargo, esto se exacerbó con los mecanismos de evacuación y ayuda puestos en marcha, que le dieron prioridad a los ricos, blancos y turistas por sobre los pobres y negros locales.
Nueva Orleáns nos recuerda el grave problema de la pobreza urbana en EU. Los daños en los alrededores nos trae a la mente el retraso rural de esta zona geográfica en general. Las condiciones materiales después de la tormenta y aquellas en los refugios pintaban una zona en condiciones parecidas a aquellas encontradas en el “tercer mundo.”
Parte de la cobertura y del discurso de los medios muestra la permanencia de viejos estereotipos donde la gente de piel obscura es vista como pobre, salvaje y sobre todo peligrosa y criminal. Los medios criminalizaban eventos que llamaban de saqueo y violencia.
Según muchas crónicas de primera mano, la policía se encargaba de que no se concentraran grupos grandes de desplazados de color por temor a levantamientos. En muchas ocasiones la policía, dueños de negocios y guardias de pueblos vecinos, todos armados, negaban el paso a estos indigentes y disparaban a placer. El muerto inocente después de sobrevivir el huracán no ha faltado, cuyo único crimen era ser pobre, negro, encontrarse en un momento y lugar equivocado y levantar, aún sin intención, miedo en alguna persona armada. El hecho de que hubiera ciertas bandas de maleantes, para muchos justificó este comportamiento de miedo y desconfianza.
En medio de hambrunas, falta de electricidad e inundaciones, los medios y la policía estaban más preocupados en defender leche y otros productos que se echaban a perder en los refrigeradores sin corriente eléctrica, en vez de facilitar la evacuación y alimentación de los afectados. La policía mostró su lado de capataz y la ley marcial que se impuso en muchas áreas de la región fue cruel, despiadada y ha sido poco criticada en los medios masivos de comunicación.
Tras titubeos para aumentar el monto de ayuda al extranjero como parte de la Declaración del Milenio, los Estados Unidos se han visto recibiendo ayuda de docenas de países que ofrecen importante ayuda en dinero y especie. Cabe destacar que los países que han ofrecido más ayuda directa y con personal propio han sido países latinoamericanos que comúnmente son mal vistos por Washington. El mejor ejemplo es el caso de Cuba que ofreció mandar un número importante de médicos; ayuda que hasta el momento no ha sido aceptada por el gobierno de Estados Unidos por motivos políticos y la cuál no se discute mucho en los medios. De igual manera, el gobierno de Chávez en Venezuela había ofrecido ayuda a los pobres en Estados Unidos incluso antes de este desastre. Sin duda, estos son golpes oportunistas, estratégicos, cachetadas con guante blanco, que al mismo tiempo muestran la incongruencia de la política exterior norteamericana que ataca política o militarmente a otros regímenes con supuestas excusas humanitarias para defender a poblaciones en problemas.
Es muy interesante el caso de la ayuda aportada por el gobierno mexicano, que si bien ha sido sobre-dimensionada por los medios mexicanos y poco difundida por los periódicos en el interior de Estados Unidos, sí marca un hecho histórico. La entrada de efectivos del ejército mexicano a Texas, ha sido un evento delicado que ha alarmado a ultra-nacionalistas americanos que temen una “reconquista” del suroeste americano. Además ha levantado el nacionalismo de mexicanos en ambos lados de la frontera a la vez que ha reforzado alianzas con grupos moderados, progresistas, piadosos y humanistas en Estados Unidos.
Con estos actos en especie y agentes, el gobierno de México mostró habilidad y creatividad en la relación política binacional, así como su solidaridad con grupos marginados y minorías incluyendo a negros y migrantes. La desaparición de muchos mexicanos que trabajaban en el área, la buena respuesta de los consulados mexicanos, la cooperación de la Secretaría de Seguridad Nacional en ayudar a inmigrantes aún sin papeles y su visibilidad en medios en español en EU para invitar a migrantes indocumentados a acercarse a pedir ayuda, son buenos indicadores que pueden propiciar una reforma migratoria.
Por otro lado, esta catástrofe ha desplazado a un número importante de personas, creando una comunidad de “refugiados por desastre natural” que tendrá efectos en los lugares receptores. Estos migrantes internos buscan empleo, sustento y ayuda económica pronta y directa para salir de la trampa de pobreza en la que se encontraban aún antes del huracán. Esta será una dura prueba para el fortalecimiento del estado benefactor, las supuestas fuerzas económicas de mercados laborales, así como para el gobierno, la sociedad civil y los organismos de ayuda humanitaria.
Los efectos materiales, sociales y políticos de Katrina serán un hecho histórico con repercusiones simbólicas cercanas a las del 11 de Septiembre del 2001, ya que probablemente sea cómo con el terremoto del 1995 en México, que levantó a la sociedad civil y diezmó la legitimidad del gobierno incompetente.
Ernesto Castañeda Tinoco es graduado de la Universidad de California, Berkeley. Actualmente estudia el Doctorado en Sociología en la Universidad de Columbia en Nueva York donde adquirió su maestría. Comentarios: ernestoforo@yahoo.com