Por Gabriel Rodríguez Rico
Monterrey es una ciudad que si no se conoce, no se entiende. Tuve el privilegio de vivir ahí durante algunos años, los suficientes para sentir sus grandes avenidas destruidas como heridas que pronto deben ser reparadas, para entender las cicatrices de huracanes pasados, como el Gilberto. Así como aceptar que su actitud no es de pedantería, sino de un orgullo bien ganado.
He escuchado un sinnúmero de opiniones respecto a esa ciudad, y su área metropolitana, desde gente del sur del país refiriéndose a ella como “un lugar casi como Europa”, sus severas autocríticas por considerarse “la realeza de México”, y aquellos que defienden tal afirmación, sin olvidar una reputación de avaros. Sin embargo, la más adecuada me parece una que escuche recientemente “una de las patas del banco”.
Monterrey era, hasta hace poco, la única ciudad que logró crecer en esas dimensiones lejos del amparo de la capital mexicana, ofreciendo una calidad de vida que contaba con la prosperidad económica de la frontera, con un nivel de seguridad sorprendente. Mientras que se convertía en cuna de algunas de las mejores instituciones educativas en el país y de las empresas que distinguen a México a nivel internacional, no sólo por sus finanzas, sino también por su tecnología.
En años recientes, los efectos de la violencia y la crisis comenzaron a hacer secuelas en la ciudad. De pronto, se comenzó a convertir en un lugar irreconocible para quienes la conocieron en su grandeza. Y hoy, se encuentra parcialmente destruida por un desastre natural.
Definitivamente, Monterrey es una pata del banco. No solamente por el poder adquisitivo de sus habitantes, y el poder financiero de los residentes de San Pedro, sino porque no es un símbolo de esperanza, sino de acción, de grandeza, de un plan de desarrollo puesto en práctica.
Al parecer, el resto de la República no alcanza a comprender el grado de daños que provocó el huracán. La respuesta social se ve lenta hasta el momento. Hoy, más que nunca, hay que ayudar a la ciudad. Por el banco, y por el valor de cada una de las patas. Porque somos mexicanos. Porque hoy nos necesita, de la misma manera en la que la hemos necesitado y lo seguiremos haciendo, tras su segura recuperación.
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1 comment:
Excelente descripción de la Sultana del Norte. Saludos y mis respetos.
José Manuel Gómez P.
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