PEMEX y la Debacle Nacional
Por Luis Donaldo Colosio Riojas
El presidente de la Comisión de Energía del Senado, Francisco Labastida, ha señalado en que si no se hace nada en los problemas financieros en el IMSS, PEMEX y el Banco de México se corre un grave riesgo de crisis económica para el 2012.
La situación de PEMEX cada vez me preocupa más. No hay empresa en México peor administrada o más ordeñada por el aparato gubernamental. Creo que, en efecto, ya no tiene remedio. Justificarán lo que quieran, pero la consideración de ahora IMPORTAR el crudo es inconcebible. Y que digan lo que quieran, pero si no han sabido controlar los ductos clandestinos, drenajes de contenedores y lo arcaico de sus refinerías, no es sorpresa tampoco la continua deficiencia en su manejo que hoy los está hundiendo.
Es una para-estatal que únicamente endeuda más al contribuyente, puesto que todos los recursos que genera (y los que no también) pasan directamente a ser parte del PIB nacional. Nada queda para su reinversión y el crecimiento de la empresa. También es aterrador que la economía mexicana dependa tan directamente de la exportación del crudo. La fluctuación de precios del mismo nos han llevado a una de las peores crisis de nuestra historia y nadie parece recordarlo, puesto que se siguen tomando las mismas medidas irresponsables y absurdamente arriesgadas en cuanto a la incorporación casi absoluta de los ingresos obtenidos por su exportación como parte fundamental de nuestra economía. Nadie dice que no puede ocurrir de nuevo. O bien, por otro lado, ¿qué sucederá cuando por fin vaciemos nuestros yacimientos petroleros, cosa que, según estudios lo indican, ya no está lejos?
Y por otro lado tenemos desastres como el del Golfo de México, catalogado como el peor en toda la historia del hombre y con consecuencias aún incalculables que todavía no llegan a su desenlace final. Únicamente falta esperar que prolifere un poco más la temporada de lluvias y huracanes en el golfo para que este problema nos empiece a costar. Y nos costará muy caro.
Creo que ante la imposibilidad de sostener una empresa así, sería un momento ideal para que en verdad México considere fuertemente una próxima y emergente transición a fuentes de energía renovables. Tenemos costas, vientos y sobre todo, mucho MUCHO sol. TODO lo continuamos desaprovechando. No sólo dañamos nuestro medio ambiente, la economía de México está todavía en vías de recuperación, no podemos darnos el lujo de continuar en una ruta rumbo al caos completo y una debacle financiera sin precedentes en nuestro país.
PEMEX está peor que nunca, la gasolina (la mayoría de ella ni siquiera producida en México) está más cara que nunca, y la situación ambiental ni se diga.
Me pregunto, ¿estaremos a tiempo aún para rescatar a PEMEX, y con ello, el patrimonio de todos los mexicanos?
El autor es fundador del despacho Basave, Colosio, Sánchez Abogados, y catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Twitter: @colosioriojas
Tuesday, August 24, 2010
Friday, August 06, 2010
El banco se tambalea
Por Gabriel Rodríguez Rico
Monterrey es una ciudad que si no se conoce, no se entiende. Tuve el privilegio de vivir ahí durante algunos años, los suficientes para sentir sus grandes avenidas destruidas como heridas que pronto deben ser reparadas, para entender las cicatrices de huracanes pasados, como el Gilberto. Así como aceptar que su actitud no es de pedantería, sino de un orgullo bien ganado.
He escuchado un sinnúmero de opiniones respecto a esa ciudad, y su área metropolitana, desde gente del sur del país refiriéndose a ella como “un lugar casi como Europa”, sus severas autocríticas por considerarse “la realeza de México”, y aquellos que defienden tal afirmación, sin olvidar una reputación de avaros. Sin embargo, la más adecuada me parece una que escuche recientemente “una de las patas del banco”.
Monterrey era, hasta hace poco, la única ciudad que logró crecer en esas dimensiones lejos del amparo de la capital mexicana, ofreciendo una calidad de vida que contaba con la prosperidad económica de la frontera, con un nivel de seguridad sorprendente. Mientras que se convertía en cuna de algunas de las mejores instituciones educativas en el país y de las empresas que distinguen a México a nivel internacional, no sólo por sus finanzas, sino también por su tecnología.
En años recientes, los efectos de la violencia y la crisis comenzaron a hacer secuelas en la ciudad. De pronto, se comenzó a convertir en un lugar irreconocible para quienes la conocieron en su grandeza. Y hoy, se encuentra parcialmente destruida por un desastre natural.
Definitivamente, Monterrey es una pata del banco. No solamente por el poder adquisitivo de sus habitantes, y el poder financiero de los residentes de San Pedro, sino porque no es un símbolo de esperanza, sino de acción, de grandeza, de un plan de desarrollo puesto en práctica.
Al parecer, el resto de la República no alcanza a comprender el grado de daños que provocó el huracán. La respuesta social se ve lenta hasta el momento. Hoy, más que nunca, hay que ayudar a la ciudad. Por el banco, y por el valor de cada una de las patas. Porque somos mexicanos. Porque hoy nos necesita, de la misma manera en la que la hemos necesitado y lo seguiremos haciendo, tras su segura recuperación.
Monterrey es una ciudad que si no se conoce, no se entiende. Tuve el privilegio de vivir ahí durante algunos años, los suficientes para sentir sus grandes avenidas destruidas como heridas que pronto deben ser reparadas, para entender las cicatrices de huracanes pasados, como el Gilberto. Así como aceptar que su actitud no es de pedantería, sino de un orgullo bien ganado.
He escuchado un sinnúmero de opiniones respecto a esa ciudad, y su área metropolitana, desde gente del sur del país refiriéndose a ella como “un lugar casi como Europa”, sus severas autocríticas por considerarse “la realeza de México”, y aquellos que defienden tal afirmación, sin olvidar una reputación de avaros. Sin embargo, la más adecuada me parece una que escuche recientemente “una de las patas del banco”.
Monterrey era, hasta hace poco, la única ciudad que logró crecer en esas dimensiones lejos del amparo de la capital mexicana, ofreciendo una calidad de vida que contaba con la prosperidad económica de la frontera, con un nivel de seguridad sorprendente. Mientras que se convertía en cuna de algunas de las mejores instituciones educativas en el país y de las empresas que distinguen a México a nivel internacional, no sólo por sus finanzas, sino también por su tecnología.
En años recientes, los efectos de la violencia y la crisis comenzaron a hacer secuelas en la ciudad. De pronto, se comenzó a convertir en un lugar irreconocible para quienes la conocieron en su grandeza. Y hoy, se encuentra parcialmente destruida por un desastre natural.
Definitivamente, Monterrey es una pata del banco. No solamente por el poder adquisitivo de sus habitantes, y el poder financiero de los residentes de San Pedro, sino porque no es un símbolo de esperanza, sino de acción, de grandeza, de un plan de desarrollo puesto en práctica.
Al parecer, el resto de la República no alcanza a comprender el grado de daños que provocó el huracán. La respuesta social se ve lenta hasta el momento. Hoy, más que nunca, hay que ayudar a la ciudad. Por el banco, y por el valor de cada una de las patas. Porque somos mexicanos. Porque hoy nos necesita, de la misma manera en la que la hemos necesitado y lo seguiremos haciendo, tras su segura recuperación.
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